El triunfo de la vida. II Domingo de Pascua (Jn 20, 19-31)
Del relato de la aparición de Jesús, el día primero de la semana, podemos desprender tres actitudes para comenzar a vivir como resucitados. Los seguidores de Jesús no tenemos que esperar la resurrección escatológica para vivir la experiencia del Señor, vencedor de la muerte. Tenemos que comenzar a vivir de la vida que nos comunica el resucitado para aprender a resucitar ya desde aquí, a nuevas realidades que hagan presente cada vez más el Reino de Dios.
El texto nos dice que los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo y Jesús se presentó en medio de ellos. Una primera actitud es la superación de los miedos y el encierro. En nuestras vidas el miedo se convierte en un enemigo de la felicidad y de la alegría. Son muchas las ocasiones que nos dejamos conducir por los temores, que en ocasiones son infundados, y nos encerramos en nosotros mismo, en nuestras ideas o prejuicios. El resucitado atraviesa los muros del miedo y se hace presente en medio de los discípulos para disipar los temores. Jesús entra en la realidad en la que vive la comunidad y despeja de ella las razones por las que viven encerrados. Del mismo modo, nosotros tenemos que entrar en la realidad y asumir los acontecimientos tal como son, sin el disfraz que le ponen los miedos al fracaso, a la no aceptación, a la crítica y plantar cara.
Cuando ponemos a Dios en medio de nuestra vida, de nuestra casa y de nuestra sociedad, dejamos de temer a los límites de nuestras capacidades y a los errores de nuestra debilidad, porque comenzamos a confiar en aquel en quien depositamos nuestra esperanza. Compartir la resurrección con Jesús es comenzar a derribar los muros que nos encierran y abrirnos a las posibilidades que se nos presentan; con la certeza de saber, que estamos en las manos amorosos de Dios, Padre Bueno.
Jesús les dijo: Paz a vosotros y exhaló su aliento sobre ellos. De aquí podemos desprender una segunda actitud que es ser artífices de la paz. Jesús comunica lo que realmente forma parte de él, lo que ha conseguido con su fidelidad y coherencia. No se presenta como un revanchista que viene a vengarse de sus verdugos, sino que viene con un saludo de paz que comunica con el regalo de su mismo Espíritu. Jesús da la paz que ha recibido de su entrega amorosa y voluntaria. Para vivir como resucitados cada uno de nosotros tiene que buscar la paz consigo mismo, con los demás y con Dios. Encontrar sus propias razones, las que articulen su existencia, y poner los medios para desarrollar sus potencialidades. La paz con uno mismo nace del reconocimiento y la aceptación de la persona que es; la paz con los demás brota del respeto y la integración del otro y la paz con Dios de la conciencia y la verdad que conducen tu vida.
Jesús les enseñó las manos y el costado, en tercer lugar hay que vivir en la actitud de la sanación. Todas estamos heridos por la vida, el camino y las relaciones. Cada uno de nosotros puede saber cuáles son sus heridas y aquellas que aún no han sanado; pero lo que no puede suceder, por nuestro propio bien, es que vivamos constantemente sangrando por las heridas. Jesús muestra sus heridas, las señales de su paso por la vida y por la historia, estas forman parte de su cuerpo glorioso. Pero las heridas de Jesús están sanadas por el amor del Padre que lo resucitó.
Tomás tenía razón en pedir la prueba de las heridas para saber si era en verdad el Señor, quien se apareció a sus compañeros en su ausencia; porque las heridas son tan nuestras que nos marcan como somos; porque lo que Tomás recordaba era haber visto a su Maestro crucificado. Pero en lo que Tomás no tenía razón, era en querer comprobar la resurrección por las huellas que deja el dolor y el sufrimiento, porque la resurrección es la liberación.
Una vez estando en presencia del resucitado, Tomás no necesitó constatar con sus manos las heridas, porque la fe se encargó de confirmar las palabras y los gestos que había conocido en Jesús. Ya no es el recuerdo del crucificado lo que marca la experiencia sino la actualización de la vida que el mismo Señor le comunica. Comenzar a vivir como resucitados es sentirnos sanados en nuestras heridas, curados del daño que el pecado hace en nosotros. Es entrar en la dinámica que descubre los signos de vida a la luz de la Palabra y los gestos del amor, en medio de un mundo que carga con la muerte.
Que Jesús Resucitado nos regale a abundancia de la fe para creer en el poder del amor y de la vida, aun sin ver muchas posibilidades de transformación, porque seremos nosotros los que llenaremos de signos de resurrección a nuestro mundo de hoy.