¡El Maestro está vivo...! Domingo de Resurrección

Fr. Sebastian Vera A.
Fr. Sebastian Vera A.
Convento San Valentín de Berrio Ochoa, Villava
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Que tristeza tan grande se llevaría María Magdalena cuando vio el sepulcro vacío. Con cuanto ímpetu les dijo a los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto…», que salieron de inmediato a reconocer el hecho.


  Por un momento cierro mis ojos y me pongo en el lugar de Mª. Magdalena y se me eriza la piel de tan solo pensar lo que ella sintió en su corazón, ese vacío que se siente cuando algo tan importante en tu vida te hace falta, ese desconsuelo que no sabes cómo calmar, esa angustia que te aprieta el estómago cuando tienes tristeza y miedo a la vez porque no sabes qué va a pasar después. Ella sintió que el Hombre que había defendido su dignidad, que la perdonó, curó, acogió y que le dio su cercanía entrañable ya no iba a estar con ella ni con los demás. Sin embargo, todavía con lágrimas en los ojos oyó que alguien la llamaba por su nombre con un tono inconfundible; era el Maestro, porque solo él podía llamarla así.


  Es el Maestro el que toma la iniciativa, es el que sale al encuentro de los discípulos que tenían miedo y pensaban que todo estaba perdido. Nadie esperaba a Jesús resucitado. Él se hace presente en sus vidas desbordando todas sus expectativas. Jesús se muestra lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad. Todos los que ven a Jesús Resucitado lo hacen por pura «gracia» de Dios, decía san Pablo. Porque el encuentro con el Resucitado es un regalo. Los discípulos no hacen nada para provocarlo. El encuentro personal con Jesús es lo que hace ver al resucitado, ya no sólo con los ojos físicos sino con los ojos del corazón. Para San Pablo, la resurrección de Jesús es una «novedad» radical, sea cual fuere el destino de su cadáver. Dios crea para Jesús un «cuerpo glorioso» en el que recoge la integridad de su vida histórica.


  Hermano, pienso que para ver a Jesús tenemos que cambiar el «chip» de querer ver con los ojos materiales; aprendamos a ver a Jesús con los ojos de la fe, es decir, hay que encontrarse con Jesús personalmente, no solo hay que ver y hacer lo que Él hizo, sino que para ver y hacer lo que hizo Jesús hay que estar convencidos de que él Vive. Cuando actúes, hazlo por convicción y no por altruismo, lo primero da sentido a tu vida y te anima a seguir avanzando porque hay alguien Vivo que te está animando a pesar de las dificultades; lo segundo, es bueno, pero al final cansa, porque cuando no hayas resultados por tus buenas obras te frustras y empiezas a gritar, piensas que las buenas ideas sólo las tienes tú porque te crees el salvador cuando en realidad lo que haces es nada en comparación con lo que ha hecho por nosotros el que ha resucitado.


  Muchas veces siento que los que estamos más cerca de la Iglesia, es decir, de Dios, tal como lo piensan tantas buenas personas, estamos tan lejos como el hermano mayor de la parábola del “hijo prodigo”; porque no nos creemos que Él, que Vive ha resucitado. Sólo lo decimos de labios para afuera, lo sabemos porque lo hemos estudiado y repetido hasta la saciedad, pero realmente no estamos convencidos, al menos, es mi sentir; «por los frutos los conoceréis…» dice el evangelio. Hay dos momentos que para mí son cruciales en la vida eclesial, porque tienen que ver con la fe. El primero, es la Natividad de Jesús. En nuestras comunidades se celebra el nacimiento de Jesús, se arregla la casa, cena especial, etc…, pero en las personas no hay nada especial, no hay cambio, ni alegría, seguimos en adviento…, algunos lo atribuyen a la adultez, pero conozco a otros adultos alegres en esa fecha, que aún se creen que Jesús nace. El otro momento importante es la Resurrección de Jesús. Aparentemente todo es alegría, pero continuamos en cuaresma porque no se experimenta la presencia de Jesús donde realmente se debe experimentar, en el corazón. Estos dos momentos nos exigen fe, nada más que fe para ver de otra manera. Para creer realmente de forma radical.


  El mensaje del evangelio es: el que fue crucificado ha resucitado. Está más lleno de vida que nunca. Él sigue animando y guiando a sus seguidores. Hay que «volver a Galilea» para seguir sus pasos, es decir, hay que vivir curando a los que sufren, acogiendo a los excluidos, perdonando a los pecadores, defendiendo a las mujeres, bendiciendo a los niños; hay que hacer comidas abiertas a todos y entrar en las casas anunciando la paz; hay que contar las bondades de Dios y denunciar todo aquello que va contra la felicidad de las personas: hay que seguir anunciando que el reino de Dios está cerca. Con Jesús es posible un mundo diferente, más amable, más digno y justo.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECIÓN...!