"En la alegría del Espíritu " VI domingo de Pascua. Ciclo A

	Fr. Doménec-Mª García Vila O.P.
Fr. Doménec-Mª García Vila O.P.
Real Convento de Predicadores, Valencia

Felipe está en Samaría. Ha ido a predicar la Noticia de Jesús: La Buena Noticia, vamos, el Evangelio. Todos sabemos que Samaría era una zona en la que no se trataban bien con los judíos. (Recordemos la parábola de aquel samaritano, o, aquella mujer del pozo que hablaba con Jesús). Allí les ha hablado, como os he dicho, de Jesús.

Pero hay alguna cosa que quiero destacar. La gente ha visto los signos que se hacen en nombre del Señor Jesús. Les escuchan con aprobación; tal vez porque ven resultados… es decir, prodigios. Pero hay algo que me sorprende y es esta expresión: “La ciudad se llenó de alegría”. ¿De alegría? ¿aquellos no son enemigos de los judíos? Claro. Es la alegría del Espíritu Santo que siempre se adelanta, que siempre sorprende, que siempre beneficia. Luego llegarán Pedro y Juan y prolongarán esa alegría del Espíritu imponiendo las manos a la gente y ofrecerles el gozo y la alegría del Espíritu Santo. Que nuestras ciudades se llenen también de alegría porque “vean” también resultados, vean que vamos a hablar y a actuar como lo hacía Felipe, Pedro y Juan y, claro, Jesús.

La segunda lectura de hoy, nos habla de cosas muy importantes para nuestra vida de fe, de creyentes. “Glorificad en vuestros corazones a Cristo” y, ojo, “estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra fe”. La razón a nuestra fe se da en la predicación y en las obras. No podemos hablar de una cosa, de un mensaje, y luego en la vida hacer otra cosa, sencillamente porque eso no hace bien al mensaje que intentamos transmitir. Lo inutiliza. Lo invalida. No sirve. Pero esto hay que hacerlo con mansedumbre, es decir, que calma, sin imponer nada a nadie. Mansedumbre no tiene nada que ver con pesadumbre. Mansedumbre hace referencia a paz interior y alegría del Espíritu. La mansedumbre es un fruto del Espíritu Santo. No lo olvidemos.


Vamos a intentar hacer el bien siempre. Sí, ya sé que no es fácil, nadie ha dicho que lo sea. Lo digo porque hay personas que por que ellas están mal, todos han de estar mal (creo que eso es morir matando ¿no?). Vamos a procurar servir a los otros con buena gana. De Buenas maneras, con diligencia… con mansedumbre… así verán resultados ¿no crees? Por cierto, Cristo murió por nosotros “aun siendo nosotros pecadores”, es decir, que, lo que se dice: merecer, merecer, no nos lo merecíamos. Pero Él así lo hizo. “Pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida”. Otra vez el Espíritu que es quien da la vida, la alegría…. Para que todas las ciudades se llenen de esa alegría. También la tuya.

El Evangelio de hoy es muy sugerente. (Bueno, como siempre) dice: “el que me ama guardará mis mandamientos”. Cierto, Jesús, pero, el que te ama, te guarda a ti enteramente. Vive por y para ti, y tú vives por él y para él. Sí, porque haces “morada en él” de modo que como dirá Pablo: “ya no soy yo es Cristo quien vive en mí”. “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. La palabra “paráclito” significa abogado defensor. El evangelista Juan nos habla de “otro” Paráclito, es decir, de otro tipo de abogado, de otro tipo de defensa; claro, el mundo no le conoce. El mundo no ha sido capaz de reconocerle porque en las ciudades falta… alegría, la del Espíritu.


Se trata del Espíritu de la verdad. ¿Recordáis las palabras de Jesús: “la verdad os hará libres”? Se trata de “ese” abogado que no miente, que no busca la estrategia para, mintiendo, ganar la causa al precio que sea. Por eso este es “otro” Paráclito, otro abogado, el veraz. Sigue el texto de hoy con una promesa de Jesús: “yo me voy, pero no os dejaré huérfanos”. Y de nuevo la visita del Padre y de Jesús a aquellos que guarden “mis mandamientos”. Vamos, que guardar sus mandamientos es guardarle a él, guardar sus mandamientos es cuidar nuestras relaciones, guardar sus mandamientos es ir edificando, junto con Jesús, el Reino de Dios. El Reino que necesita voces que lo anuncien, pies que lo recorran, manos que sanen, y esto con mansedumbre, con alegría, porque eso es lo que pedimos en el Padre Nuestro: Hágase tu voluntad. Efectivamente, la voluntad de Dios es su Reino en medio de nosotros.

Pidamos a este Espíritu de la verdad que se haga presente en nuestras vidas, e nuestros países, en nuestras calles, en nuestras decisiones valientes, sin tener miedo a seguirle, sin demorarnos en su seguimiento y todo esto, claro, acompañados de María de Nazaret. Madre de los Predicadores. Ella, mejor que nadie, ha vivido con intensidad todas esas cosas que guardaba en su corazón.

Feliz domingo de Pascua.