"Jesucristo no abandona este mundo" domingo de La Ascensión del Señor, ciclo A

Fr. Vicente Botella Cubells
Fr. Vicente Botella Cubells
Real Convento de Predicadores, Valencia

La pascua es la matriz de la fe cristiana, del ser eclesial y de la misión. Dada esta riqueza, la pascua está llena de perspectivas que, para hacerle justicia, han de considerarse en su integridad. La liturgia, siguiendo la pedagogía expositora del misterio de la salvación de Lucas, va desgranando a lo largo de cincuenta días estos datos pascuales más relevantes. Así, en la Pascua recordamos la victoria sobre la muerte del Señor, percibida a través de sus apariciones (Resurrección); también celebramos la ascensión gloriosa de Jesús a la derecha del Padre y, finalmente, Pentecostés, el envío del Espíritu Santo sobre la comunidad apostólica. Si nos fijamos bien, todos estos matices de la Pascua son susceptibles de una doble lectura: o bien desde el misterio de Dios o bien desde el misterio de la Iglesia y de los creyentes en ella.

Por una parte, Resurrección, Ascensión y Pentecostés dicen algo sobre la identidad de Jesús y del Dios revelado por Jesús y, por otra, permiten explicar la fe personal y eclesial en dicho Dios y, por consiguiente, las consecuencias que de ahí se derivan; sobre todo, el estilo de vida cristiano y eclesial (testimonio) y la misión. De ahí que el Dios de la Pascua, ahora, aparezca con claridad como Uno y Trino; Jesucristo resucitado es el que permite adentrarse en este misterio que, a su vez, le explica a él. De ahí que la Iglesia (y en ella cada cristiano), convocada por Jesús y con el espaldarazo del Espíritu Santo, sea un reflejo de ese Dios Trinitario: un misterio de comunión que comunica vida (la salvación).

Pues bien, hoy celebramos la Ascensión, una de esas dimensiones relevantes de la Pascua que manifiesta a Dios y permite adentrarse en la realidad eclesial y cristiana. Las lecturas de la Palabra de Dios nos echan una mano para ver más claro.

Si queremos saber lo que significa la ascensión desde un punto de vista riguroso y teológico hemos de acudir a la segunda lectura. En la carta a los Efesios queda muy claro que la ascensión es el momento de la glorificación del Jesucristo vencedor de la muerte. Glorificación que supone la manifestación de la condición divina de aquel que se encarnó por nuestra salvación; por eso, como dice el texto, Cristo está ahora sentado a la derecha de Dios por encima de todo y, además, es la cabeza de la Iglesia. El evangelio de Mateo confirma esta misma idea afirmando en boca de Jesús resucitado: “se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. Así pues, por la Ascensión el Hijo de Dios encarnado recupera el puesto que tenía desde siempre en cuanto Verbo, pero, ahora, incluyendo o incorporando todo lo que ha supuesto el movimiento salvífico propiciado por su humanización.

Pero la Ascensión no solo es lo que le ocurre a Jesucristo. Tiene un correlato en la historia. Recordemos lo dicho anteriormente. Toda la dinámica pascual puede ser leída desde dos perspectivas. Ahora estas perspectivas las podríamos visualizar espacialmente: verticalidad y horizontalidad. Cuando la interpretamos desde nuestro lado (el horizontal), la Ascensión no es que Jesús se vaya al Padre dejándonos huérfanos (movimiento vertical y trascendente), sino que su presencia en la historia ahora se intensifica y se extiende de otra manera (horizontalidad). Se intensifica por el don del Espíritu Santo (él os bautizará con Espíritu Santo) y se extiende a causa de la misión que propicia (seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo). Jesucristo no abandona este mundo, ahora se hace presente de otro modo en el Espíritu. De ahí la pregunta de los dos hombres vestidos de blanco a los discípulos: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El movimiento vertical de la ascensión se ha de articular con el movimiento horizontal de la misión de la Iglesia y la vida cristiana. Curiosamente la partida de Cristo al Padre ensancha el campo y el radio de su acción terrena a través de su cuerpo eclesial.

La ascensión, así, recuerda desde su prisma particular algo nuclear en la vida cristiana: el cielo y la tierra se distinguen, pero están íntimamente relacionados. La salvación que Jesús ha ganado no vale solo para el otro mundo, sino que ha comenzado ya en este tiempo. Lo mundano, lo terreno, lo social forman parte constitutiva de la experiencia de fe que, por eso y desde ya, se ha de hacer presente en todo el planeta. En suma, Dios y hombre están llamados a vivir en la comunión armoniosa del proyecto de Dios manifestado en el Hijo encarnado, muerto y vivo para siempre. Y es que, con el triunfo pascual, Jesucristo, ascendido, se ha colocado a la derecha del Padre llevando consigo toda su realidad humana glorificada. Y, por tanto, nada de lo humano le resulta ajeno. Y la Iglesia, claro, ha de dar testimonio de este proyecto con todas sus fuerzas misioneras, porque es la prolongación terrena y humana de su Cabeza. El ascender del Señor, pues, mueve a la Iglesia a la aventura de la misión. En esta lógica, el progreso en la horizontalidad misionera, suscitadora del seguimiento de Cristo aquí y allí, acerca el cielo o hace más presente el reino en la historia. Esta es la convicción de la fe. Esta es la idea que la Ascensión nos acerca y con la que sigue desafiando hoy a la Iglesia. ¡Feliz día de la Ascensión!