Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.

Fr. Jesús Molongua Bayi
Fr. Jesús Molongua Bayi
Malabo, Guinea Ecuatorial
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Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle. Esta es la revelación que reciben los tres discípulos sobre Jesús en la montaña, que nos recuerda las mismas palabras pronunciadas por Dios en el bautismo de su Hijo en el Jordán. Es una revelación que quiere resaltar el hecho de que, en Jesús, Dios quiere comunicarnos su amor; en Jesús, se ha actualizado la ley y los profetas. Pablo lo comprendió en este sentido cuando nos insta a tomar conciencia de que Dios nos ha salvado, y nos llama a una vida santa, por la gracia que dispuso darnos antes de la creación por medio de Jesucristo y su evangelio. Esta gracia ahora es visible ante nuestros ojos. Dios viene a confirmar en la transfiguración de Jesús lo que dijo en su bautismo. La transfiguración de Jesús se convierte, de este modo, en un segundo bautismo, pero esta vez un bautismo que anticipa y conlleva a la muerte y resurrección de Jesús. Mateo introduce en la transfiguración de Jesús dos personajes del Antiguo Testamento: Moisés y Elías; esto es, la ley y los profetas. Dios no dice "contempladle" o "miradle", lo que sería lógico, sino, más bien, "escuchadle", refiriéndose a su Hijo, el amado. ¿Cómo podemos entender esto?


Se quiere resaltar la condición del discipulado. El discípulo debe estar a la escucha del maestro. No se trata solo de contemplar cómo Dios se revela en Jesucristo, sino, más bien, cómo hay que escucharle. En nuestro mundo contemporáneo, la mayoría de las veces, en medio de nuestras actividades, no escuchamos la voz de Dios que nos llama, nos interpela. Nuestras vidas están imbuidas en una dinámica en la que Dios no tiene, a veces, cabida, sitio. En esta situación, el evangelio de hoy puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestra propia vida humana y cristiana. Escuchar a Jesús es escuchar la palabra divina, la sabiduría de Dios; es la que esclarece y da sentido a toda nuestra vida. Mientras caminamos en la tierra, tenemos que escuchar la palabra de Dios, Jesucristo, en quien luego contemplaremos a Dios en la visión beatífica. Es Jesús el que nos lleva a Dios a través de su palabra, de su evangelio. Por eso, se comprende bien lo que le gustaba decir al santo africano de Hipona sobre Dios: el evangelio es la boca de Dios en la tierra.

Hoy muchas personas necesitan palabras de esperanza, palabras que dan vida


La vida se ha manifestado hoy, nos ha enseñado Pablo. Esta es la transfiguración. La montaña en la que se produce esta revelación se convierte, por así decir, en la ventana que se nos abre al futuro. Se nos garantiza que la opacidad de nuestro cuerpo mortal se transformará un día y llegará al resplandor de la vida eterna. La vida eterna es la vida en Dios, esto es, la vida otra. Es una buena noticia saber que nuestro cuerpo será un día glorificado, pues esta es nuestra vocación última. Dios quiere comunicarnos, a través de la transfiguración, que también nuestra frágil humanidad será transfigurada en la resurrección. Por eso, la montaña no es el lugar donde hay que plantar definitivamente nuestras tiendas, sino, más bien, es el lugar del encuentro transformador de la nuestra humanidad. De ahí que el miedo no tenga cabida en nuestras vidas. Tenemos que ser como Abrahán, el padre de la fe, y tomar el camino que nos conduce a Dios. Pero, para que ello se produzca, Dios nos invita a ser los oyentes de su palabra.


En suma, ante la situación que vivimos hoy día, esta palabra de sabiduría a la que nos invita Dios, puede impulsarnos a ser más solidarios con nuestros hermanos y hermanas que sufren toda clase de dolencias. Hoy muchas personas necesitan palabras de esperanza, palabras que dan vida. Dios y su palabra nos brindan la oportunidad de crear espacios de esperanza vital. De ahí que este tiempo cuaresmal sea una de las ocasiones para ayudar a nuestros hermanos y hermanas a acoger la esperanza que nos ofrece Dios en su palabra. El ayuno, la limosna y la oración como penitencias cristianas deberán tener un impacto político, es decir, una praxis social efectiva; fruto de la escucha del Hijo amado del Padre.