II Domingo del Tiempo Ordinario
El día 1 de enero la Iglesia celebró la festividad de María Madre de Dios, y el evangelio de hoy nos la presenta como intercesora de los hombres en el relato de la boda de Caná (Jn 2,1-11). La escena nos muestra que los invitados se estaban quedando sin vino. Las mujeres, y de manera especial las madres, tienen sensibilidad para percatarse de estos detalles; es ese sexto sentido femenino, que es capaz de captar la singularidad de las cosas. María se dio cuenta, se percató y pidió a Jesús que hiciera un milagro para que la fiesta continuara sin interrupciones. «No les queda vino», le dijo a su hijo, y Jesús le respondió: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora».
El milagro surgió cuando escucharon «Haced lo que él os diga». Sin saber qué poder tenía Jesús, se fiaron de María y creyeron en él. Si acudimos a nuestra Madre y nos fiamos de Jesús, muchos pueden ser los milagros en nuestra vida, y solo así nos convertiremos en instrumentos de paz y de amor. Todo lo que pidamos en su nombre se cumplirá, pero el Señor sabe bien todo lo que nos hace falta.
También la escena quiere mostrarnos la importancia de la escucha y de la obediencia. Obedecer a Jesús es escuchar sus palabras y cumplir sus mandamientos. María nos anima a hacer caso a las palabras de su hijo, pero lo más significativo de este pasaje es la sobreabundancia de Dios. Nuestro Dios es un Dios sobreabundante, y no puede ser de otra manera: si decimos que Dios es amor, estamos afirmando la sobreabundancia del amor, el derroche de la gracia. La imagen de las seis tinajas convertidas en vino —eran alrededor de unas seiscientas botellas— es un buen ejemplo de cómo Dios saca mucho de lo poco.
Siempre que nos encontremos en situaciones en las que pensamos que ya no tenemos salida, sería bueno preguntaros en quién tenemos puesta nuestra confianza. Porque, aunque la certeza de nuestros problemas nos entristece, nos consuela la fe de aquel en quien creemos.
En Caná de Galilea Jesús comenzó a mostrar sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos. La transformación del vino tiene que ver con la transformación de nuestra vida; una vida se transforma si dejamos a Jesús entrar y actuar en nosotros.