III DOMINGO DEL T.O. - “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos”
En el evangelio de hoy, Lucas nos presenta a Jesús, el Maestro de Nazaret, iniciando su ministerio de predicador en la sinagoga de su pueblo. Sabemos que no han sido precisamente su pueblo ni las sinagogas los lugares más acogedores y agradables en la vida pública de Jesús. Quizá, como buen judío, esperaba una actitud más comprensiva y razonable, sobre todo de la gente más cercana y religiosa, es decir, de los que acudían a los lugares sagrados. Contra toda expectativa, sucedió al contrario: fue mal recibido, expulsado e inclusivo intentarán asesinarlo.
En ese lugar sagrado y poco acogedor, Jesús decide presentar el contenido de su misión, y lo hace proclamando una famosa profecía de Isaías, donde se hace referencia a la visión que tiene el profeta: es la visión de un pueblo de esclavos que retornan del exilio y de la esclavitud. Sin embargo, como Maestro, no solo lee e interpreta este pasaje del Antiguo Testamento (Is 61), sino que Jesús se identificará, ante el asombro del público presente, con el personaje descrito por el profeta.
El personaje del texto de Isaías es una persona ungida del Espíritu del Señor que está consagrada a una misión muy particular. Dicho cometido consiste en ser enviado en el nombre del Señor con diversos objetivos:
1) dar buenas nuevas a los pobres
2) sanar a los quebrantados de corazón
3) pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos
4) liberar a los oprimidos
5) predicar el año de gracia de Dios, el jubileo.
Es el contenido de la misión de Jesús, y que sintetiza toda su vida, pero que se realizará a lo largo de toda la historia de la humanidad. Una misión que continúa y que debería ser la hoja de ruta de la Iglesia, y la acción de todo discípulo de Cristo: ¿acaso no son estas las características de toda predicación (anunciar, predicar, pregonar, sanar, liberar)?
Esta misión se ha realizado en el transcurso de la historia, y continúa realizándose seguramente de muchos modos diferentes, pero con una forma y contenido inalterables: el darse a a los demás, con amor, misericordia y espíritu de servicio; comunicando la buena nueva, el Evangelio; predicando la gracia, la alegría, la conversión y el gozo de la salvación. Sin olvidarnos, aunque a veces sí lo hemos hecho, de todas las dimensiones del hombre y su entorno: fomentando el desarrollo y la superación personal y comunitaria; denunciando el mal de las estructuras deshumanizantes que oprimen al hombre; sanando las miserias de los hombres y mujeres de toda la historia, con el poder restaurador de la gracia, pero también comprometiéndonos con todas las realidades y sus desafíos.
Como podemos observar, la misión de Jesús no será una obra meramente humana —aunque se hizo hombre para estar en medio de nosotros—: no será un emprendimiento ético, político o social. Su misión es mucho más importante y duradera: consiste en revelarnos el proyecto divino, el proyecto de Dios para la humanidad; un proyecto que nos acoge con misericordia a todos nosotros y que, además, es liberador, por ser en definitiva salvación.
Sería saludable preguntarnos cómo vivimos hoy la palabra que Dios nos dirige en nuestro camino de fe; pues es ahora, es hoy, cuando Jesús declara que la espera se acabó, que el día ha llegado, que las promesas son cumplidas, que la salvación está cerca.