“Juan venía como testigo”. Domingo III de adviento, ciclo B
Seguimos caminando hacia la celebración-conmemoración del nacimiento de Jesucristo, en esta Navidad del 2014. El adviento, por ello, viene a remover la vida de todos, en ese firme deseo de allanar los caminos por los que ha de llegar el Salvador a nuestras vidas. Creo que nada mejor para todo ello que formularnos preguntas que nos faciliten esa renovación de todo lo que somos, cuando queremos que en nuestra vida ese camino quede expedito para recibirle. El texto evangélico de este domingo nos facilita las preguntas de ese posible examen al que podríamos autosometernos.
Juan Bautista, envuelto en la soledad del desierto, es interpelado por sacerdotes y levitas enviados por los judíos desde Jerusalén. El interrogatorio se centra en una pregunta clave: “¿Tú quién eres…qué dices de ti mismo?” Hacernos esa pregunta, en torno a la cual gira todo el relato evangélico de este domingo, puede ser una forma de abrir paso en nosotros a algo más profundo que nos lleve a ahondar en nuestra propia realidad de creyentes en Jesucristo. No es fácil responder de inmediato, so pena de caer en tópicos inútiles. Requiere su tiempo y su ritmo pausado, para no dejarnos llevar de lo que se supone hemos de decir o de lo que, con cierto automatismo, puede surgir en nuestro interior.
Juan comienza por excluir de su definición respuestas que confundan a los enviados. Excluye todo aquello que podía situarle en una posición artificial, ajena a su propia realidad. Ni es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Confesión de su verdad que, ante la insistencia de los enviados, solo añade una definición escueta y significativa: “soy la voz que grita en el desierto,…(pero) en medio de vosotros hay uno al que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias”. Juan, simplemente, declara ser un testigo de Alguien que aquellos enviados desconocen o no quieren reconocer. ¿No sería ésta la mejor definición que nosotros mismos deberíamos dar cuando intentamos responder a esa pregunta? Cierto que no debe surgir de inmediato, so pena de invalidarla por superficial. Requiere una sencilla reflexión, centrar la vista en la propia existencia, para descubrir si realmente somos la voz de quien hoy, en medio de problemas, angustias y alegrías, sigue estando en medio de los hombres y tampoco es reconocido como salvador. También en nuestro caso es preciso deslindar muy bien lo que no somos, o somos indebidamente, y dejar clara nuestra condición de testigos.
Esa condición es la que el evangelista Juan destaca al ambientar la escena evangélica que hoy nos transmite. Desde el mismo principio aclara que el Bautista no es la luz, sino solo un testigo de la luz. ¿De qué eres testigo en tu ambiente? ¿Qué queda patente detrás de tu vivir de cada día? Responder estas sencillas preguntas pueden llevarnos a poner, blanco sobre negro, nuestra verdadera realidad, más allá de las palabras con las que podemos tratar de justificar lo que creemos ser. Solo cuando la respuesta nos acerque a esa condición de testigos que dejan patente dónde está la luz, quién es la luz, la vida cristiana tendrá pleno sentido. Lo contrario puede llevar a quien nos contempla hacia la confusión, el desconcierto o el rechazo. El testimonio, hecho de coherencia y traducido en pautas de conducta donde brilla la sinceridad, nos convertirá, también, en otra “voz que grita en el desierto”, indicando dónde puede el hombre de hoy encontrar al Salvador. Ese Salvador al que, de una u otra forma, a gritos o en silencio, explícita o implícitamente, todos los hombres anhelamos, buscamos y esperamos.
Ser cristiano no es otra cosa que ser testigo de una persona que se convierte en guía y luz en el camino de la vida. Hacia él vamos caminando y, curiosamente, con él vamos haciendo el camino. ¿Puede haber algo mejor que ser testigos de quien viene a salvar, a abrir caminos de la luz, de verdad? ¿Hay algo mejor que poder vivir para señalar ese camino? “Juan vino para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe”. Ser creyente cristiano es incardinarse en el camino de ese grupo de hombres y mujeres que, como Juan Bautista, tratan de vivir testimoniando con su vida que la luz llega a nuestra vida. Solo es preciso estar dispuestos a acogerla y caminar, junto a otros, al resplandor de esa luz que se va expandiendo a nuestro alrededor. Es testificar, personal y comunitariamente, que la luz de Cristo está presente en nuestra vida y es ella la que nos sigue diciendo hacia dónde y cómo caminar.
El adviento se convierte así en tiempo de reflexión para que el ritmo acelerado del tiempo no nos aleje de ese examen que nos lleva a descubrir quiénes somos y cómo nos definimos ante Dios y los hombres. Ojalá que, como Juan Bautista, podamos responder que somos testigos. La voz que continúa gritando en el desierto. Que ese grito, sobre todo conductual, deje claro que Jesús, el Salvador, sigue vivo entre nosotros y por eso hacemos un esfuerzo cada día por allanar nuestros caminos a su llegada.