La Casa de la Palabra
Hace algún tiempo fray Bruno Cadoré, anterior maestro de la Orden, se refería a las comunidades dominicanas como casas de la Palabra. Con ello quería decirnos que en el corazón de la vida dominicana siempre está la Palabra de Dios y a partir de ella estructuramos nuestra vida, dándole cobijo. Y es que, justamente, y ante la inminente Navidad, tal vez el Pesebre de Belén sea el ícono que mejor nos puede ayudar a vivir nuestra vocación de predicadores de la Palabra.
Fragilidad
Lucas nos presenta un relato complejo. Nos lleva desde los aires imperiales al establo maloliente en menos de dos párrafos. Es como si nos llevara de la mano para decirnos que exactamente dónde creemos que Dios vive, ahí no es. Dios decide salvarnos desde abajo, en una noche que podría ser cualquiera, a las afueras de la ciudad. Allí dónde el emperador Augusto no llega, pero los pobres sí. La señal para reconocerlo es, justamente, su desnudez envuelta en pañales.
salir al encuentro de la Palabra, y con ella, hacer hogar y morada en nuestro mundo herido y maravilloso.
Nuestra vida de predicadores, cuidadores de la Palabra como José y María, nos llevará tarde o temprano a mirar nuestra propia fragilidad. Ahí dónde los teólogos que leemos no terminan de llegar, Dios y su fragilidad llegan. Para que nuestras comunidades sean casas de la Palabra también tenemos que atrevernos a vivir desde lo frágil, para permitirle a Él que sea la fuerza que nos salve, justamente ahí dónde nosotros ya no podemos. En esto nuestros hermanos y hermanas son necesarios. Predicar es, sin cesar, recorrer con la Palabra el camino de la Encarnación en nuestro propio corazón, desde su desnudez y fragilidad, para poder llegar al corazón del hermano y la hermana.
Diversidad
Otra de las características de la primera casa de la Palabra, el pesebre de Belén, es la pluralidad. Tenemos personajes variopintos en la trama: el gobernador de Siria, ángeles, posaderos, pastores, David, betlemitas poco acogedores, etc. Y si hacemos justicia a los pesebres de nuestras casas, también hubo gran cantidad de animales: burros, gallinas y ovejas. Todo lo creado se hizo presente, forjando en la diversidad de realidades y personalidades, un hogar. Mateo nos añadirá a los magos de oriente, que, desde otras tradiciones, también se acercaron, aunque por otros caminos. Es en la Palabra y su centralidad en dónde la diversidad haya su centro y unidad, hasta transformarse en casa y refugio.
Nuestra vida dominicana nos enseña a reconocer la verdad ahí dónde se encuentre. En ese camino el estudio y la oración liberan en nosotros la compasión y la fraternidad para con todas y todos. De ahí que Santo Tomás afirme que la verdad, diga quien la diga, viene del Espíritu Santo. Es necesario reconocer y valorar la pluralidad que somos, sobre todo cuando queremos predicar y vivir el Evangelio. La Palabra se traduce en muchas palabras-personas, que en su modo y singularidad la expresan y enriquecen. Nuestra casa de la Palabra está hecha de diversidad de estilos, opiniones y modos, siempre cimentada en el diálogo y la escucha mutua que siempre busca la verdad en cada uno, cada una. La escucha humilde y desprejuiciada son, más que nunca, simientes fundamentales de una comunidad que quiere abrazar a todo el mundo.
La Navidad es ocasión de refrescar nuestra vocación de servidores de la Palabra, que se hace carne, frágil y pobre, invitándonos también a recorrer su camino de Encarnación. Nos toca surcar la noche, como los pastores vigilantes, para salir al encuentro de la Palabra, y con ella, hacer hogar y morada en nuestro mundo herido y maravilloso.
¡Feliz Navidad!