La compasión de Jesús

Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife
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XI domingo del Tiempo Ordinario

 En este pasaje, y en el contexto de una comida, Lucas quiere reflejar cómo es la estratificación de la sociedad judía en la época de Jesús. Me llama mucho la atención la forma de presentar al fariseo, un hombre perito en leyes y con un alto estatus, tanto desde el punto de vista religioso como político. Además, se le menciona por su nombre, Simón. Por el contrario, a la hora de presentar a la mujer lo hace como a una pecadora, sin más, casi como de pasada. Por lo que, quizás, lo más notable no es ya cómo puede estar estructurada esa sociedad, bien o mal, sino la actitud que adquiere cada uno ante la figura de Jesús.

Para el fariseo, todo lo que no sea el cumplimiento estricto de la Ley no tiene validez, por lo que cualquier cosa que no se circunscriba a sus estrechos límites legales, lo considera impuro. Y esto viene a ser como la ceguera que le imposibilita ver con la mirada de Jesús: lo que para este es un gesto de amor profundo, para aquel no es más que un acto lleno de impureza. El amor, pues queda fuera de su perspectiva vital.

Por su parte, la pecadora es capaz de despertar, de darse cuenta de quién da la gracia y el perdón. La mujer anda buscando el norte, la paz que no le da el mundo, y por eso se pone a los pies de Jesús. Hay que tener un dato en cuenta: que por ser mujer y pecadora no se le tiene en cuenta. Y aquí está lo sorprendente, que la mujer, tras revisar su vida y sus miserias, parece que ha sido capaz de cantar y expresar lo que dice el himno matutino: Jesús, porque bien sé que eres tú la vida del alma mía; si tú vida no me das yo sé que vivir no puedo. Se da aquí, en el encuentro con Jesús, esa invitación a renovar su vida, transformarla, se le devuelve toda la dignidad humana, pero no se queda ahí la cosa, sino que se le abre todo un horizonte nuevo de gracia y, como fruto de esa gracia, el poder irse en paz.

En este fragmento del evangelio se nos invita también a nosotros a implicamos, a meter los pies en el barro, a ir a lo profundo de las miserias humanas, a no tener miedo de acercamos a los impuros. Es un llamamiento a abrirnos, a dar fruto, a no estar impasibles ante el prójimo. Se nos llama a una responsabilidad, porque el verdadero amor va de la mano con obras: aunque realizara milagros, si no tengo amor nada soy. Por lo tanto, hay que poner el corazón en lo que hacemos, hay que ungir con el perfume de Cristo a todos los necesitados.

Debemos ampliar horizontes y saltar barreras para ser con el otro, para ser capaces de vivir en comunión fraterna con los demás, y siempre transparentando a Dios. En esta coherencia de vida y de acciones es cuando Jesús nos mira cara a cara o de corazón a corazón y nos dice: anda, tu fe te ha salvado, pasa al banquete de tu Señor.

Este mensaje de Jesús es claro por su universalidad: todo el mundo está invitado a vivir la compasión que ofrece el Maestro. Solo los que se autoexcluyen, quizás incluso de forma inconsciente, o los que se creen autosuficientes con su forma de vida, se están privando de lo que, a juicio de Jesús, es la mejor parte. Quizás, los que no tienen tanto que perder, los olvidados de la sociedad, tienen un puesto de dignidad y de honor en el corazón de Dios.