La escucha, una tendencia permanente

La escucha, una tendencia permanente

Fr. Hernán Benítez
Fr. Hernán Benítez
Asunción, Paraguay
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La escucha, una tendencia permanente

La sinodalidad es un discernimiento comunitario en el que escuchamos a Dios para que con Dios podamos escuchar el clamor de la gente, y escuchamos los gritos de la gente y la tierra para que a través de ellos la voz de Dios pueda ser escuchada más claramente en la Iglesia y el mundo.

El estilo en este sínodo es caminar juntos hacia Jesús, hacia la renovación de la Iglesia, la renovación de las estructuras, enriqueciéndonos en los aportes, en la diversidad y en la riqueza que cada uno y una pueda dar. Para lograr que el acontecimiento del sínodo sea efectivo, hay una necesidad de la escucha. ¿Qué importancia tiene la escucha en este tiempo sinodal?

Escuchar no es tan fácil para la Iglesia en su dimensión institucional, porque es una autoridad a los ojos de muchas personas. Y, como todo poder, está sometida a la tentación de dominar más bien que servir, de encerrarse en sí misma para protegerse más bien que hacer la verdad. Porque la escucha auténtica compromete al que escucha.

 

La sinodalidad es un discernimiento comunitario en el que escuchamos a Dios para que con Dios podamos escuchar el clamor de la gente.

 

¿Qué es la escucha? Escuchar es mucho más que oír, es la intencionalidad y la disposición. Cuando escuchamos no solo participa nuestro sistema auditivo sino nuestra corporalidad, nuestras emociones y lenguaje. Están presentes los pensamientos. Por eso, cuando nos predisponemos a escuchar quizás queramos proyectar nuestra historia, proyectarnos a nosotros mismos en el otro y la otra.[1]

Siempre estamos en conversación, exteriormente o interiormente, en nuestra cabeza siempre hay una conversación. Por eso, tendemos muchas veces que cuando escuchamos lo hacemos desde nuestra propia experiencia y no desde lo que el otro o la otra trae. Entonces tenemos dos experiencias distintas, la del otro y la mía. Todo eso sabremos escuchar si somos capaces de hacer silencio, y permitir al otro expresarse, y ser quien es, no adelantarnos y aconsejarle, no escucharle desde nuestro bagaje o propios esquemas. Permitirle desde la escucha vaya a donde quiera ir él o ella, y no a donde queramos que vaya.

Si la historia de la liberación de los hebreos comienza por la escucha de sus gritos por Dios, este, a su vez, pide a su pueblo que le escuche, si quiere la vida. Shema, Israel (Dt 6,4). Sin la escucha, no hay salvación. Sin la escucha de los gritos del mundo, sin la escucha de la escritura y de los más pobres, sin la escucha de quienes forman la Iglesia en la pluralidad de las culturas y de las historias personales y colectivas, sin la escucha de los perjudicados por las prácticas y los discursos de sus miembros, sin la escucha de las mujeres, sin la escucha de las Iglesias hermanas, sin la escucha de la naturaleza, la Iglesia no puede responder al anuncio de la salvación[2]

La escucha en la sinodalidad se convertirá en un camino de renacimiento y revitalización para la Iglesia cuando el compromiso bautismal se convierta en el eje de la vida eclesial y los fieles cristianos aprendan a asumir la responsabilidad de la vida y la misión eclesial. Esto permitirá el surgimiento de la Iglesia sinodal de una manera que traduzca a la vida evangélica de Jesucristo. Aunque haya terminado la fase de la escucha debe ser una práctica y actitud permanente a fin que permanezca siempre en tendencia.

 

 

[1] Cfr. Schickendantz A la búsqueda de una “completa definición de sí misma” Identidad eclesial y reforma de la Iglesia en el Vaticano II, 101-106.

 

[2] Cfr. Gutiérrez, El Dios que nos lleva junto a los pobres, Editorial San Esteban, Salamanca, España 2013, 241-250