La experiencia del camino: los discípulos de Emaús
Las lecturas de este domingo quieren responder a dos preguntas claves de nuestra vida cristiana: ¿Cómo podemos conocer a Jesús? Y ¿dónde hemos de vivir su experiencia de resurrección?
Lucas presenta a Pedro, en el primer discurso dirigido al pueblo de Israel (Hch 2,14.22-33), indicando a sus conciudadanos el fracaso de su pretensión al haber querido aniquilar a Jesús condenándolo a muerte; pues Dios lo ha resucitado de entre los muertos. Los Apóstoles son testigos de ello. La fe y la esperanza de los discípulos tienen su fundamento en este Jesús resucitado y exaltado (1P 1,17-21). Por esta razón la experiencia del camino es fundamental para comprender lo que decían las Escrituras a propósito de Jesús (Lc 24, 13-35).
El relato que nos presenta Lucas, conocido como el relato de los discípulos de Emaús, está en el centro de los tres momentos que articulan los relatos de la resurrección. Estos culminan con la apelación a la lectura de las Escrituras, las cuales iluminan cómo debía sufrir el Mesías. La tumba vacía era insuficiente para vencer la incredulidad de los discípulos; pero sí les hace reflexionar sobre las palabras del Maestro sobre la necesidad del sufrimiento del Mesías, Hijo de Dios.
En el relato, Lucas explica que los discípulos no han de salir de Jerusalén, espacio geográfico en donde se construye la comunidad. Lucas es el único evangelista que hace decir a las mujeres:”¿por qué buscáis entre los muertos al viviente?”. En este sentido, el relato de los discípulos de Emaús es, para Lucas, una catequesis de la experiencia de resurrección. Es un relato que engendra un texto sagrado para la comunidad; es como si fuera una eucaristía en camino. Y el camino es fundamental para ser discípulo de Jesús en Lucas; y se hace este camino dentro de la comunidad creyente. Por eso, Lucas considera muy grave el hecho de que unos discípulos dejen la comunidad y se marchen a Emaús. Jesús los encuentra en el camino y los invita a volver a la comunidad. Es un episodio cargado de riqueza simbólica que se apoya en dos momentos para llegar al reconocimiento del resucitado. La lectura del Antiguo Testamento, a lo largo del camino, se apoya en lo que decía Jesús y repite sus mismas palabras: “haced esto en memoria mía”, para revivir la experiencia del maestro. Son dos momentos de la eucaristía.
Para Lucas no es en el sepulcro donde hay que ir a encontrar o verificar la resurrección, sino en las Escrituras. Es decir, hay que emprender otro camino para encontrar al resucitado. El sepulcro vacío no justifica la resurrección de Jesús. Puesto que nosotros mismos podemos ser sepulcros vacíos. Desde esta óptica, Lucas añade el famoso capítulo 56 de Isaías para mostrar que el sufrimiento del Siervo de Yahvé se ha cumplido en Jesús. Esto es lo que tenían que hacer los primeros cristianos -y también nosotros- para vivir espiritualmente la resurrección de Jesús. Aquellos discípulos que se habían apartado de la comunidad, al partir el pan se dan cuenta que el resucitado está con ellos. Por eso vuelven a la comunidad diciendo que las mujeres tenían razón.
Este relato es una descripción de la fe, o mejor aún, de cómo llegaron a la fe los primeros discípulos. Pues éstos estaban angustiados por la muerte del maestro. Es en la eucaristía donde se les abren los ojos. La fracción de pan es lo que faltaba para saber lo que había pasado. El resucitado se hace presente en la comunidad, y les ofrece su presencia para siempre. Lo cual nos lleva a la conclusión de la importancia de celebrar la eucaristía dentro de la comunidad; es una experiencia de resurrección.