La venida del Hijo del hombre, gozo para los cristianos
El evangelio de este domingo nos invita a estar preparados, a estar en alerta y dispuestos para la contemplación de Cristo en su segunda venida. Este encuentro nos exige discernimiento, esperanza y vigilancia.
Las lecturas y explicaciones de los últimos tiempos, deben conducirnos a una profunda reflexión sobre lo que somos, y sobre lo que hemos sido. Siempre en relación a lo que seremos cuando vuelva el Señor, con toda su gloria a rescatar a los suyos. Fijémonos hoy en lo que a nosotros, como testigos de Jesús, nos pasa ante la realidad que vivimos. Fijémonos en la manera en que nos arrastran, y nos convierten en veletas, las innovaciones científicas y tecnológicas, las ideologías socio-políticas y económicas, las costumbres y hábitos. Fijémonos cómo la sociedad nos las impone como modelo de vida. Seamos conscientes de que estamos recorriendo tiempos difíciles de la historia humana. De esta manera lo expresaba el profeta Daniel: “serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”. Conviene entender al profeta, desde lo frágil que se muestra nuestra fe. Por lo tanto podemos decir, ante los desafíos del mundo: ¿Nuestra mirada se mantiene fija en Jesús como único auxilio en quien debemos depositar nuestra esperanza? ¿En nuestras comunidades, actuamos como protagonistas alertados y preparados para esta venida del Hijo del hombre?
El Hijo del hombre es figura mesiánica y salvífica anunciada por Daniel; cuya venida no debe producir temor en sus seguidores, sino gozo y alegría. Porque si en Él está puesta nuestra salvación, nuestra felicidad cobra plenitud en Él. Los creyentes deberíamos tener como modelo la expresión que las primeras comunidades usaban en sus celebraciones: “Maranatha” (¡Ven, Señor!).
El estar alegres y preparados para venida del Señor, nos exige una coherencia de vida con el Evangelio. Un verdadero creyente, debe tomar la parusía del Señor como la manifestación de su gloria. En la que todo creyente está invitado a participar con toda su alegría. Pero todo esto, como consecuencia de lo que ha cosechado en su vida cristiana. Tanto consigo mismo , en su relación con Dios, como con los demás con su servicio y entrega. Nosotros, los seguidores de Jesús, debemos sentirnos como elegidos suyos. Nuestro testimonio debe mostrar un ejemplo significativo de vida. Nuestra misión apostólica de predicación, debe dar buenos frutos en las todas las dimensiones de nuestro ser y quehacer; sobre todo, en los entornos necesitados de la presencia, verdad y amor de Dios.
La intervención definitiva de Dios, que apunta toda la Sagrada Escritura, se radica en la venida de Jesús. La cual, no debería encontrarnos en desilusión ni desesperación, sino vigilantes. Es fácil experimentar esta desilusión y desesperación en los sufrimientos causados por el mal: los parados sin trabajo, en los inmigrantes, en los refugiados , etc. ¿Cuál es nuestra actitud ante estas situaciones? ¿Las vivimos como espectadores o somos protagonistas?
La gran propuesta que nos presenta el Evangelio de esta semana, consiste en estar despiertos para recibir al Señor. El Hijo del hombre que viene, con toda su gloria, a consolar a sus elegidos. Esto nos debe convertir de audiencia pasiva en manos activas. La expresión “verán venir al Hijo del hombre”, debe mantenernos en alerta, y sobre todo, en la misma comunidad eclesial. La cual, vive siempre entre el triunfalismo y la tentación de intimismo o decepción. Esta promesa, que Jesús presenta en el Evangelio, nos invita a mirar al Señor. Quien viene a rescatar a su pueblo de la esclavitud, causada por los fanatismos religiosos, políticos y económicos, que azotan la humanidad.
Si Cristo fue el cordero que ofreció su vida para liberar a la humanidad del mal, entonces su segunda venida ha de ser considerada como don de Dios. A nosotros, los cristianos de hoy, la Palabra de Jesús nos exige un profundo discernimiento y reflexión. El cual, nos debe situar en estado de preparación y vigilancia. Para que nuestra fe y nuestra esperanza, puedan funcionar con perseverancia. Para que en la segunda venida del Señor, seamos rescatados por Él. Y así, nos coloque a su derecha, con el fin de gozar de su heredad, que es la alegría eterna.