Luz para alumbrar a las naciones y gloria a tu pueblo Israel
Amadísimos hermanos, celebramos este domingo la Solemnidad de la Presentación de Jesús en el Templo. Hace cuarenta días adorábamos con júbilo al Niño Jesús, recién nacido en Belén. Hoy en este domingo cuarto del Tiempo Ordinario, celebramos su Presentación en el Templo, en cumplimiento de lo establecido por las leyes judías. La presentación de Jesús ante el Señor, de alguna manera, muestra la preocupación de sus padres de que su hijo entre en contacto con su mundo cultural, donde él será la esperanza de jóvenes y ancianos.
A tal efecto, el anciano Simeón, lleno de Espíritu Santo, con el corazón exultante las siguientes palabras, que encarnan, de por sí, un proyecto de misión: Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones gloria y de tu pueblo Israel.
Queridos hermanos, la luz a la que hace referencia el anciano Simeón somos nosotros, el pueblo santo de Dios: eres tú y soy yo. Todos estamos llamados a ser mensajeros y portadores de esa luz que alumbra vidas, une familias y naciones en conflicto. También estamos llamados a ser luz un mundo lleno de «luces artificiales», en donde cada uno busca —con más o menos acierto— la forma de brillar más a través de la «luz» que engendra el egoísmo y el narcisismo: olvidarse de esta «luz» lleva a proyectar el horizonte sin alardear ante o sobre el otro. Estamos llamados a amar, amar más. A ser luz para las naciones, al estilo de Jesucristo.
Es un hecho que Jesucristo iluminó vidas y naciones. En casi todas sus predicaciones insiste que no ha venido a anunciarse a sí mismo. Él tiene en cuenta al otro; por eso crea comunidad. Llamó a doce para que lo siguieran. Esto nos recuerda el filósofo africano Tshiamlenga Ntumba con el «Bisoitè o Biso» (nosotros), es decir, la preferencia del Nous (nosotros), el grupo, la familia, sobre el Je (yo).
¡Que nuestras palabras y nuestras manos sirvan, al ejemplo de Simeón, para bendecir a aquel que viene a nuestro encuentro en busca de consuelo, con sed de luz, que da vida y reconcilia los corazones destrozados!