María: profetisa de la Verdad
Asunción de María
Celebramos en este día la Asunción de María, es decir, su nueva vida. María se entrega al misterio de Dios para que sea humano y alcanzable, pero sin que deje de ser divino y misterio. En este día la vemos como la profetisa que canta al Dios salvador de los pobres, anunciado por él; como la madre fiel que permanece junto a su Hijo acosado, condenado y muerto en la cruz. La vemos como testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos el Espíritu que conducirá siempre a la Iglesia de su Hijo. En esta fiesta, se nos invita a hacer nuestro el canto de María para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el “Magníficat” reluce en todo su esplendor la fe de María y su afinidad maternal con su Hijo Jesús.
María comienza proclamando la grandeza de Dios; manifiesta la alegría de su corazón y la causa de ese gozo, que brota de un ardor inflamado en el que se agitan todas sus facultades, toda su vida, y que exulta en su espíritu. Con tono profético, señala que ante las generaciones será bienaventurada para luego, en el centro del canto, santificar el nombre de Dios que la ha llenado, porque creía con confianza firme que él era su salvador y su felicidad. María señala que sin ruido ni alboroto, los oprimidos se levantan porque la fuerza de Dios está con ellos, y sólo puede permanecer cuando ha sido derribada la de los poderosos. María, en aquella sociedad donde la mujer era privada de autonomía, sierva de su propio esposo, discriminada religiosa y jurídicamente, culmina presentándose como la “representante” de todo su pueblo y “servidora” del mundo entero. María pregona que esta obra cumplida en ella no se ha realizado sólo en su beneficio, sino para provecho de toda la humanidad.
Todo este canto se resume en una sola idea: el reino de Dios que trae su Hijo Jesús. Para María el signo visible de la venida de ese reino es la humillación de los soberbios, la derrota de los poderosos, el vaciamiento de los ricos, la exaltación de los humildes y los pobres. María anuncia la predicación de su Hijo en las Bienaventuranzas, es decir, el plan de Dios que deberá transformar las estructuras de este mundo. María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo. María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.
A nosotros, frailes dominicos, desde nuestra vocación a ser profetas del siglo XXI, nos toca anunciar este reino. Con nuestra predicación profética lo haremos presente si confiamos, a pesar de las muchas circunstancias adversas que nos encontramos en la vida, y hacemos nuestro el canto de María. Como ella, tenemos que denunciar y anunciar con nuestra propia vida y no sólo con meras palabras los odios, marginaciones, discordias, enfrentamientos, injusticias de todo tipo en este nuestro mundo. Tenemos que anunciar y denunciar que hoy, al igual que en la sociedad en la que vivió María, siguen existiendo discriminaciones hacia la mujer. Hemos de tomar conciencia de su situación injusta y poco fiel a Jesús en los ámbitos familiar, cultural, social, laboral y religioso.
Cantemos con María, o mejor dicho, como ella, atreviéndonos a decir toda la verdad de esa «ancha» revolución que anuncia. Una revolución que nos hará, al igual que a María, profetas soñadores de ilusiones que conducen al amor, a la cercanía más auténtica y a la amistad más generosa, porque ello haría posible la paz, el bien común para todos.