Mil milagros (XVIII DOM. DEL T.O.)
¿Vivimos a diario como si no pasara nada? Quizá no ahora en vacaciones, en que hay más estímulos que nos mantienen entretenidos y relajados, sin que tenga cabida el aburrimiento. Pero ¿y durante el curso? ¿Acaso la vida misma, que yo esté aquí escribiendo, tú leyendo, nosotros comunicándonos, ellos por la playa paseando… no son pequeños milagros, el milagro-nuestro-de-cada-día?
My humble consejo es que nos dejemos sorprender por el amor de Dios.
Sin embargo, muchas veces vivimos como si no pasara nada, como si ya todo estuviera visto, leído, probado, experimentado y conocido. My humble consejo es que nos dejemos sorprender por el amor de Dios, que ante todo se revela en las cosas pequeñas: ese encuentro con seres queridos, ese detalle inesperado, ese viaje turístico… la amistad, la familia, la oración.
El Evangelio de hoy nos ofrece el milagro de la multiplicación de los panes y los peces: milagro real —en cuanto suspensión temporal de las leyes de la naturaleza por obra y gracia divinas—, que, según el papa Francisco, nos habla de la compasión (Jesús se compadece de la multitud hambrienta), la generosidad (compartir según la lógica de Dios) y la eucaristía (se anuncia este sacramento de vida eterna, autodonación gratuita de Jesús).
Ciertamente, no vamos a confundir los ámbitos de la realidad, los órdenes del ser: que estemos vivos cada día (de forma natural) es un milagro mucho menor que la vida (sobrenatural) de Dios, Cristo sacramentado viniendo a nosotros cada día en la eucaristía. Pero no por ello menos sorprendente.