No juzgues a otro solo porque peca diferente que tú - V DOMINGO DE CUARESMA
Hemos llegado al quinto domingo de Cuaresma, en el que se nos propone meditar sobre el pasaje conocido como el de la mujer adúltera, que nos deja una clara lección sobre el perdón y la misericordia de Dios.
Vemos a un grupo de hombres que lleva a una mujer a la que quieren matar, por cumplir con una ley. Un grupo de hombres que se creyó tan poderoso como para pensar que tenía el derecho sobre la vida y las decisiones de esta mujer. Esta misma actitud, lamentablemente, hoy sigue repitiéndose constantemente en el mundo, pues vemos tantas guerras, tanto sufrimiento, dolor, injusticias, relaciones rotas, rencores, enemistades… Y todo porque queremos seguir jugando a ser dioses y controlar, someter, juzgar, decidir y condenar a los demás, haciendo un uso deliberado y heterónomo de nuestra libertad y autonomía, basándonos en nuestros propios criterios, cuando Dios es especialista en amarnos, perdonarnos, darnos nueva vida; esa es la actitud a la que nos invita.
Definitivamente, todos hemos pecado, algunos de manera más grande que otros, pero al final todos estamos necesitados de la misericordia de Dios. Lo fundamental es saber reconocer que hemos roto nuestras relaciones de amor, pero no quedarnos sumergidos en ese pecado, sino valientemente levantarnos todas las veces que sea necesario.
Uno de los pecados más comunes de nuestra sociedad y al que estamos acostumbrados es el hecho de juzgar a los demás: frecuentemente pensamos que los demás están equivocados y hacen cosas peores que yo, pues «yo no soy como ese, yo no hago lo que esa ha hecho, yo no soy igual a ellos». En este sentido, me ha parecido que al respecto queda muy bien una frase que he leído en redes sociales, cuyo autor desconozco, que dice: «No juzgues a otro solo porque peca diferente que tú».
Jesús le dice a la mujer: «Nadie te ha condenado, yo tampoco te condeno». Entonces ¿quiénes somos nosotros para condenar a los demás? Quizá no estemos haciendo las mismas cosas que otros hacen, pero, como he dicho, todos hemos pecado. En definitiva, Dios no quiere que pequemos, porque sabe que el pecado nos afecta a nosotros mismos y daña nuestra vida y nuestro ser: por eso siempre nos ofrece su perdón y la posibilidad de volver a empezar, de retomar una relación de amor con él y con nuestros hermanos. Pero al mismo tiempo nos pide que, así como hemos sido perdonados, así también podamos ser dispensadores de nuestro propio perdón, pues solo de ese modo, perdonando y sin juzgar, podremos ir construyendo juntos una sociedad más fraterna, en la que reine la justicia y el amor.