No seáis como los hipócritas

 

Las palabras de Jesús al comienzo de la Cuaresma son claras y nos muestran un camino de autenticidad en un mundo que ve normal vivir desde las apariencias.

El evangelio de Mateo nos presenta las tres formas de piedad que los judíos practicaban en relación a la ley: la limosna, la oración y el ayuno. Jesús asume estas formas de piedad, pero al mismo tiempo las critica. No tienen ningún sentido si no son realizadas por ellas mismas, sino para que sean ensalzadas por los demás. « Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente.»

...Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha...

La limosna debe darse de modo que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha. Yo doy porque debo hacerlo, y renuncio a contabilizar mi ofrenda y a envanecerme de ello. Jesús remite continuamente al secreto: la limosna y el ayuno deben hacerse en secreto. Los buenos actos no sólo deben permanecer ocultos ante los hombres, sino también ante el ego personal. No debo hacer el bien para ser juzgado por ello. A nuestras obras no les debe acompañar el juicio interior. Deben, simplemente, fluir de nosotros, ya que es lo propio, y no hacer que nos pongamos por encima de los demás gracias a nuestro buen modo de actuar.

Actualmente parece lógico que todos queramos tener una casa más cara, un coche con más prestaciones, una tele más grande o un móvil de última generación. Y acostumbramos a valorar a las personas por lo que tienen, por su inventario de pertenencia. Su valor es directamente su fortuna. Esto tiene una consecuencia inmediata: aquellas personas que quieren ser valoradas, además de rodearse de cosas admiradas por la gente, están muy pendientes de que sus buenas acciones sean vistas por todos. A los ojos de Dios y del corazón esto no significa nada. Es importante saber edificar las amistades sobre roca y no sobre arena, para así evitar ser adulados y no nos hagan creer que aquellas cosas anodinas realmente tienen valor. Esto puede llevarnos un esfuerzo y tiempo pero no es imposible.

La oración debe llevarse a cabo en la habitación, con la puerta cerrada: «Ora a tu Padre, que está en lo secreto». No se trata sólo de la habitación externa, de la que oculta mi oración a las miradas de los demás, sino también de la estancia interior en la que me debo recluir para orar: es la estancia del corazón. La verdadera oración resuena en la habitación oculta de mi corazón. Orar significa, para Jesús, presentarse ante Dios en lo oculto del corazón. El Padre ve en lo secreto. Cuando le presente las cosas, las iluminará con la luz del amor y las transformará. Esto significa que yo también presento ante Dios aquello que está oculto para mí, mi inconsciente. La luz de Dios tiene que caer en el fondo de tu alma para que todo en mí sea tocado y transformado por Dios.

...entra en tu cuarto, cierra la puerta, y ve a tu Padre que te espera en lo escondido..

La oración de los discípulos de Jesús no debe consistir ni en palabras interminables ni en la verborrea de los gentiles. No hay que pretender resultados forzando a Dios con violencia para que realice una acción determinada. «Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan…» Antes al contrario, la oración de los cristianos brota de la confianza más profunda en que Dios sabe lo que el hombre necesita. «Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»


Precisamente en el centro de esa sabiduría de la oración cristiana es donde Mateo sitúa el Padrenuestro. En esta oración de Jesús se experimenta a Cristo, que es la verdadera oración. Pero, al mismo tiempo, tal y como lo demuestra el Padrenuestro al estar situado en medio del sermón de la montaña, el cristiano experimenta en esta oración quién es él en lo más profundo: es hijo e hija de Dios. Aquí experimenta lo que demuestra con su actitud, lo que refleja su ser más profundo.

Que en este tiempo de Cuaresma que empezamos nos preguntemos a nosotros mismos como aquel viejo maestro, que preguntó a sus discípulos: «¿Quién sabe cómo distinguir el momento en que termina la noche y empieza el día? Y sus seguidores fueron contestando: «Yo diría, empezó uno, cuando viendo un animal de lejos, no se puede distinguir si es oveja o perro»; «empieza el día, dijo otro, cuando viendo de lejos un árbol, no se puede decir si es un peral o un manzano»… Pero el maestro siempre negaba con la cabeza, hasta que dijo: «¿Sabéis cómo medir cuando empieza el día?: cuando al mirar el rostro de un hombre cualquiera, ves que es tu hermano; si no, cualquiera que sea la hora, será siempre de noche.

Que el Señor cree en mí un corazón puro y me renuévame por dentro con espíritu firme en este tiempo cuaresmal. Amén.