Nueva justicia para entrar en el Reino de los cielos
Los textos de este domingo pretenden ponernos en una situación de elección, posicionarnos radicalmente ante la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios. Se nos presentan una serie de oposiciones a las que debemos hacer frente con un uso responsable del bien de la libertad, que hemos recibido del creador y que tiene todo ser humano. Es sin más, la ley natural, la ley divina que está inscrita en el corazón de toda persona humana. Sabiendo que todas las decisiones que tomamos de manera responsable, coherente y consciente, conllevan una serie de consecuencias. En el contexto de la Palabra de hoy, nuestras decisiones te pueden llevar a la vida, a una unión plena con Dios, el que es el origen de la vida y de la felicidad. Sin embargo, también te pueden llevar a todo lo contrario, a que escojas el camino de la corrupción, a una separación total de Dios y, por consiguiente, a la muerte. Así lo expresa el autor del Eclesiástico: "delante del ser humano está muerte y vida: le darán lo que él escoja". Por tanto, debemos abrirnos para hacer una apuesta esencial en nuestro obrar y discernimiento con el corazón puesto en Dios.
La dureza que aparentemente encierra el pasaje de este Evangelio tiene un calado profundo, ya que en la sociedad judía la práctica religiosa se ha visto corrompida por los intereses egoístas de un sector piadoso. Tanto era así que la religión se veía desprovista de Dios, y en lugar de ponerlo en la cumbre de su existencia lo sustituían por sus propios intereses, voluntades, tradiciones humanas, preceptos y leyes, que acaban ahogando la vida y la relación con Dios. Por tanto, hay que alejarse de entender así la religión. El autor sagrado nos presenta cuatro ejemplos. Expuestos de manera antitética para tratar la esencia de temas que afectan a la realidad profunda del ser humano en su relación con Dios y con el prójimo. En cada uno de esos ejemplos, se hace referencia al decálogo, a prescripciones del Antiguo Testamento. Sin embargo, Jesús nos lleva al centro del corazón, para que iluminados y fortalecidos por su palabra, seamos capaces de adherirnos a su enseñanza, le sigamos con un convencimiento pleno y así podamos realizar esa "justicia mayor" que el Padre desea.
La idea de Jesús, es que podamos abrir el corazón a Dios. Desvelar la profundidad del amor de Dios. Por lo que, no significa anular la enseñanza veterotestamentaria, ya que en ella se contiene la palabra de Dios y la revelación de la voluntad divina, para toda la humanidad. Sino que hay que hacer un ejercicio más profundo y puro, a la hora de vivir tu existencia con el hermano y con Dios. Fundando la realidad de nuestra vida en el amor. Ese ejercicio es de asimilación total. Que nos debe llevar a pasar la ley por el filtro del amor, debe calar en nuestro interior. Es una asimilación, convencimiento pleno y total, que lo expresa bien el salmista: "aquí estoy para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas". Por tanto, si Dios es el filtro de nuestro actuar ya se puede comprender mejor "no he venido a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento". Fuera del amor a Dios y al hermano no hay ley.
Jesús quiere que seamos conscientes de que un buen discípulo debe tomar la firme decisión, la determinación, de rechazar toda tentación que atente contra su manera de entender la vida, el adulterio, el matrimonio y la exclusión de cualquier juramento, porque, todo ello nos desvía del camino que lleva a Dios y a la vida. Este rechazo contra el mal debe grabarse a fuego en nuestros corazones. Ya que, siempre andamos buscando un bien mayor. El bien con mayúsculas. El bien que nos dijo “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Esa es la tilde que viene a poner Jesús a la ley, el amor tiene que traspasar el precepto.
El camino del seguimiento de Jesús, que nos introduce en la plenitud de los hijos de Dios, lo debemos hacer con plena integridad, coherencia, transparentando realmente la condición de criaturas de Dios. Con una perfecta sinceridad y correspondencia entre el hablar y el actuar del corazón. Nuestro corazón debe ser de una pieza que no se deje inclinar hacia el mal, la corrupción, a un soborno de intenciones egoístas. Porque ante cualquier situación, nuestro corazón no puede temblar cuando ante nosotros se decide la vida o la muerte. En todo momento optamos por la vida en Dios y ésta es también la recompensa que tenemos; a Dios mismo.