"Parare Vias Domini" Segundo domingo de Adviento
Celebramos en este domingo el segundo domingo del tiempo de adviento. Nos preparamos para celebrar la gran fiesta de la Navidad - Dios viene hasta nosotros encarnado por medio de Jesucristo - su unigénito y nuestro Salvador.
La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan grandioso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la Primera Alianza, todo lo hace converger a Cristo. Les anuncia por la boca de los profetas que se suceden en Israel. Y, por otro lado, despierta en el corazón de los paganos la expectativa de esta venida.
Entre las lecturas de este domingo existe un paralelismo muy interesante. Además del paralelismo, nos deja un mensaje claro y profundo.
En la primera lectura, Isaías anuncia el retorno del pueblo exiliado de Babilonia hacia Jerusalén. Garantiza la fidelidad de Yahveh y su voluntad de conducir al pueblo a través de un camino fácil y derecho hacia la tierra de la libertad y la paz. Al pueblo, a su vez, se le pide que abandonen sus hábitos de comodidad, de egoísmo y de autosuficiencia y acepte, otra vez, confrontarse con los desafíos de Dios.
Ya en el evangelio, propiamente al comienzo, hace referencia directamente al profeta Isaías, que anuncia el fin de todo llanto del pueblo. Juan Bautista, habla directamente de aquel que vendrá después de él que, al contrario suyo, bautizará con el Espíritu Santo que genera vida nueva y permite al hombre vivir en una dinámica de amor y de libertad. Y resalta: “Yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias” (Mc 1,7).
El apóstol Pedro en la segunda lectura habla directamente a los cristianos sobre la segunda y definitiva venida de Jesucristo, constituido por el Padre como Mesías y Señor tras la resurrección. El apóstol intenta demonstrar que la pedagogía divina así como la mensura del pasar del tiempo es distinta de la de nosotros los hombres: la paciencia de Dios para con nosotros es señal de su benevolencia y misericordia. Nos invita al arrepentimiento y la vigilancia, es decir, a vivir día a día de acuerdo con las enseñanzas de Jesús.
Dos líneas proféticas: una que incide sobre la expectativa del Mesías “Preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor” (Is 40, 4-5) y otra sobre el anuncio de un Espíritu nuevo, la sabiduría de Dios “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1, 8), convergen ambas en el pequeño pueblo de Israel y se extiende hasta todos nosotros, sin excepción, mientras tengamos la volición de acoger los designios de salvación que se presentan en los tiempos hodiernos, a ejemplo de Jesús en su tiempo, con humildad y obediencia de hijos de Dios.
“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” nos dijo el salmista. Si los creyentes pueden pautar sus vidas en la dinámica de continua conversión, encontrarán al final de la vida terrena “los nuevos cielos y las nuevas tierras donde habita la justicia”. Sin embargo, la transformación del mundo y la construcción del Reino empieza aquí y ya. ¿Cómo eso es posible? La propuesta del Mesías nos invita a hacer un auténtico camino de conversión, de transformación, de cambio de vida y de mentalidad. Cambio de vida y transformación que hemos reencontrado, hemos reconocido, al modo del pueblo exiliado, puesto que nos habíamos olvidado: El amor de Dios es digno de credibilidad. Siempre estuvo, está y estará con nosotros: Él es constante y fiel.