"Perseverancia en la oración" XXIX domingo del T.O (Lc 18, 1-8)
El evangelio de este domingo toca uno de los puntos más importantes de la vida de un creyente, sobre todo, de la de un cristiano. Nos pide que seamos perseverantes en la oración. Un creyente, un cristiano sin oración es como un árbol sin savia. La oración es la que alimenta y fortalece nuestra vida de fe en Cristo Jesús. El que ora tiene la certeza de que nunca está sólo, Dios siempre le escucha.
La parábola del evangelio sobre la viuda y el juez injusto nos anima a ser constantes en la oración, más aún, cuando no hemos recibido de Dios lo que le hemos pedido. Pero Jesús quiere enseñarnos algo más profundo. La parábola encierra antes que nada un mensaje de confianza. Nadie está abandonado por Dios. Dios no es sordomudo ante nuestros gritos, ante nuestros clamores, pero hay que saber esperar y confiar, hay que mantenerse en el camino estrecho, para entrar por la puerta estrecha que lleva a la vida eterna.
“¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se retrasará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. ¿De qué fe estamos hablando? La fe de perseverar en la oración. La fe que sabe que, tarde o temprano, la justicia de Dios llegará. Esa fe que nos hace esperar confiadamente, ya en esta tierra, aquello que ahora le pedimos y, después de nuestra muerte, la plenitud de la vida y de la felicidad para toda una eternidad.
Orar siempre sin desanimarse, ser persistente en la oración, confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. Sabiendo que Jesús, el Hijo del Dios, va siempre con nosotros, que nunca nos deja solos en nuestro deseo de ser sus seguidores: “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”.
Algunos piensan que “orar siempre sin desanimarse” es perder el tiempo. ¿De qué me sirve la oración? Es claro que no siempre Dios accede a nuestras peticiones, pero es más claro todavía que la oración nos hace entrar en contacto íntimo, sabroso, con nuestro Dios, el Padre que nos ama entrañablemente, el que cuida de nosotros, el que tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza, el que a través de su hijo Jesús nos sigue señalando el camino que nos conduce a la vida y vida en abundancia. No es lo mismo vivir sin Dios que vivir con Dios, para lo que se necesita un contacto permanente con Él a través de la oración.
La oración cristiana es eficaz porque nos hace vivir con fe y confianza en el Padre que me ama, que es infinitamente bueno, que me espera siempre con los brazos abiertos y en actitud solidaria con los hermanos. La oración nos hace más creyentes y más humanos. El que aprende a dialogar con Dios y a invocarlo sin desanimarse, como nos dice Jesús, va descubriendo dónde está la verdadera eficacia de la oración y para qué sirve. La oración sirve para vivir con sentido, con gozo, con esperanza. Sirve para vivir por el camino trazado por Jesús.
La oración es uno de los elementos vitales, esenciales e irrenunciables, de la vida dominicana. Porque nuestro fundador, Santo Domingo de Guzmán, se dio cuenta de que un seguidor de Cristo, un dominico, para hablar de Dios tiene que estar en contacto continuo con Dios. Por eso, puso la oración como unos los pilares para llevar a cabo su proyecto fundacional de una Orden de Predicadores. De hecho, la predicación dominicana es una predicación desde la oración. Domingo quiso fundamentar su proyecto de predicación sobre la base de la oración y contemplación.