“HEMOS HECHO LO QUE TENÍAMOS QUE HACER” 18 AÑOS EN LA MISIÓN DE MAESTRO DE NOVICIOS

Fr. Carmelo Preciado Medrano
Fr. Carmelo Preciado Medrano
Convento de San Pablo y San Gregorio, Valladolid

La fe es un encuentro personal con Jesús… y el 8 de septiembre de 1998… Jesús se cruzó otra vez en mi camino, o quizás caminaba junto a mí y ese día se hizo más patente, y… así se me hizo una propuesta… ¿acertada… oportuna…?

El nuevo provincial, y su definitorio, me citó en el convento de Caleruega; y por eso de que “mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8), así, de sopetón, me comunica, en nombre de ellos, que han pensado en mí para maestro de novicios.

Silencio, miradas… no sabía qué responder ni pensar, y no, no me parecía, conociéndome, la mejor propuesta que me podían hacer…; varios de los que estaban allí reunidos me parecían más apropiados que yo para esa misión tan importante.

A lo largo de los años de formación se piensa, o se sueña, mucho en el futuro, puestos o misiones que se van descubriendo y uno se ve en ellos haciendo, actuando, dirigiendo, colaborando, predicando…; sí, así es y luego se comenta con los compañeros: “si yo fuese…, si de mi dependiese…, si a mí me destinasen…”. Nunca me vi, ni soñé, ni pensé, en ser formador en ninguno de los niveles de nuestra estructura de formación… Admiré a todos los formadores que he tenido (buenos y menos buenos en muchos aspectos) y excesivos (seis) para lo que era y es costumbre en esas etapas. Tenían que ser formados, ejemplares, fuertes, profundos… para estar con nosotros, en aquellos tiempos complicados eclesialmente, eran los años postconciliares.

Y sin más… ¿a mí sin quererlo, desearlo, ni soñarlo… ahora maestro de novicios? Tras un breve diálogo me despidieron de la reunión para que lo pensase, aunque yo lo tenía muy claro… ¡no era ni mi puesto, ni mi misión…!

Mis pasos me llevaron a la capilla conventual… lo que pensé, lo que dije al final al Señor (todo escrito está). Hice un recorrido de mi vida: noviciado, que es a donde se acude para conocer los cimientos que uno tiene… Y las demás etapas de formación, las comunidades en las que viví… ¿qué podía ofrecer yo como formador de futuros frailes…? Solo una cosa, mi vida ideal de fraile, porque la real…

El encuentro posterior con el provincial y su equipo también lo recuerdo, y hasta la promesa que me hicieron: “aceptar por un año y luego ya veremos…”; es evidente que al final acepté.

Después… surgía el cómo empezar, qué hacer, cómo hacer…; pensé en los maestros anteriores, qué harían… habían pasado muchos años desde que yo hice el noviciado, la vida religiosa, ya no era igual, había habido tantos cambios y renovaciones… documentos, capítulos, estilos… aunque siempre nuestras LCO es el punto de referencia.

San Luis Bertrán, patrono y protector de nuestra formación dominicana, siempre tenía presente la oración, el estudio, la vida de comunidad, la predicación… Había que enfrentarse a una nueva realidad, tiempos nuevos, ponerse al día en teología de la vida religiosa, y en… tantas cosas… Han pasado 18 años y todo se ve distinto… y ahora hasta agradezco lo que ha supuesto esa experiencia para mí, me ha abierto muchos horizontes…

El maestro de novicios debe tener en cuenta de que acompaña a jóvenes que siguen una llamada: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sl 39), y que inician un tiempo de retiro de toda actividad habitual, dispuestos y disponibles para el Señor y para la Orden Dominicana.

Se trata, pues, de descubrir, conocer, profundizar, aclarar, probar, “echar los cimientos, buscar la roca sobre la que construir…” (cfr. Mt 7,24), esa vocación dominicana con pasión y con compasión de Dios y de los hermanos, como diría nuestro Padre Santo Domingo, para no convertirse en meros vendedores de palabras y deseos. De ahí que también tengamos que dar a conocer los elementos que van a alimentar la vida dominicana, sin olvidar a María, madre de los predicadores.

No puedo olvidar que esta misión la he compartido con fray Javier Rodríguez, con gran confianza y fraternidad, y la hemos compartido también con la comunidad de Santo Tomás de Sevilla y con los superiores que nos animaron siempre. La Familia Dominicana igualmente ha estado presente en esos años: los frailes y las monjas, las religiosas y laicos y los amigos de nuestros conventos… su oración, sus detalles, su cercanía, sus encuentros… Lo hemos tenido y sentido a nuestro lado.

Y sobre todo hemos compartido esa misión con los novicios que Dios y Ntro. P. Santo Domingo nos han enviado en esos años, hasta 100; muchos de España, pero también de Portugal, de África, de América, y de Asia… Todos, una bendición de Dios para la Orden Dominicana y para la Iglesia.

Con todos, los que siguen como frailes dominicos y los que dejaron este camino, hemos de agradecer lo que han significado, puesto que se acercaban pidiendo “la misericordia de Dios y la de la Orden” en la persona de sus frailes y, en el camino por el que han optado, es de esperar que la hayan encontrado y sean felices. Esas son las palabras con las que se inicia el noviciado y se viste el hábito blanco y negro de Santo Domingo de Guzmán.

Y, mientras, el maestro trata de conocer a quien quiere formar parte de esta Orden de Predicadores a la vez que ella se da a conocer a ellos, por los frailes de cada comunidad, con sus virtudes y sus pobrezas, sus valores y actitudes relacionados con nuestro modo de vida y la peculiaridad de nuestra misión como predicadores. El maestro debe guiar, orientar, dilucidar con quien quiere seguir ese camino antes de dar el paso a la profesión religiosa.

Al final solo podemos decir: “hemos hecho lo que teníamos que hacer…” (Lc 17,10).