"¿Quien Conoce el designio de Dios? ¿Quien comprende lo que Dios quiere?"
XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
“¿Quien Conoce el designio de Dios?; ¿Quien comprende lo que Dios quiere?”. Ciertamente estas cuestiones son de suma importancia para el creyente, porque supone saberse criatura y limitado frente a Dios que es ilimitado. A todos nos cuesta mucho reconocer nuestros límites, no podemos olvidar que el instinto de superación es una característica propia del ser humano. Sin embargo es necesario reconocerse criatura frente a Dios, sabernos posicionar para no hacernos una imagen de Dios acomodada a nuestras expectativas y aspiraciones. Ciertamente el hombre necesita a Dios cercano, con el que se pueda relacionar y esté seguro de su presencia con él y en él. Pero también al Dios que le trasciende y que por ello mismo es capaz de trascender toda la problemática humana, incluso aquella que no alcanzamos a intuir pero que nos impide desarrollarnos como personas. Solo un Dios así es capaz de llevar al hombre a su superación, a su plenitud.
Por ello el hombre creyente se sabe llamado a ser justo, a trabajar por la justicia, pero esto mismo supone la conciencia de que la justicia de Dios supera a la del hombre. Por lo tanto, el hombre tenderá a la superación de aquellas normas de justicia que van descubriéndose como insuficientes y que deben de ser reformuladas o substituidas por otras más elevadas. Así lo vemos en el caso de la exhortación de Pablo a Filemón respecto de su esclavo Onésimo. En definitiva sumarse al plan de Dios para el mundo supone una apertura de mente, de espíritu y de corazón a la novedad de su buena noticia en cada momento. Es decir, supone la conciencia de camino, de necesidad de superación, de la más íntima y fuerte convicción de que los planes de Dios superan con mucho los nuestros. Solo de esta manera seremos capaces de crecer y transformarnos a nosotros primero, pero también a nuestra sociedad y a nuestro mundo. Solo así haremos que nuestro mundo sea cada vez más justo, más humano, más pleno y feliz como Dios espera de nosotros.
Desde esta perspectiva se comprende un evangelio en el que Dios nos llama a una auténtica prudencia. Efectivamente, Dios no pretende imprudencias por parte del hombre. Así lo vemos cuando en el evangelio se hace referencias a realizar cálculos prudentes como los del rey o el general. Sin embargo, Dios nos llama a una verdadera prudencia en la relación con Él. Con el Dios que nos trasciende y que nos ama infinitamente lo prudente es no tener medidas, no ponerle límites, no anteponerle elementos y proyectos humanos. De ello depende la verdadera libertad y felicidad del hombre. Pues la libertad, la felicidad y el bien del hombre es el mismo Dios y en esto nunca puede existir contradicción. Solo poniendo a Dios sobre todas las cosas el hombre se hace más pleno y humano pues es el mismo Dios el único capaz de humanizar al hombre.
Pidámosle a Dios que nos abra nuestras mentes y nuestros corazones para crecer en justicia, misericordia y humanidad entregándonos cada vez con mayor intensidad a su plan con el mundo.