P. Marie-Émile Boismard. Amor por la Palabra

Fr. Juan Huarte
Fr. Juan Huarte
Convento de San Esteban, Salamanca

El P. Boismard siempre fue para todos una persona querida, que se dejó querer. De profundo calado humano. De fina y exquisita sensibilidad. Sencillo y cercano, cortés y amable. Uno más entre los hermanos. Un dato en este sentido bastante revelador: le cautivaba el evangelio de Marcos por la presentación tan humana que hace de la figura de Jesús.

Tres experiencias que dejaron huella especial en él y que esbozan un pequeño escaparate de su camino interior: 1ª) Le conmovió fuertemente la muerte inesperada de 25 peregrinos franceses, arrastrados por una súbita inundación en el angosto desfiladero de Petra-Jordania (1963): de ser “un creyente pasivo” pasó a ser “un teólogo crítico”. 2ª) La invasión militar judía de la zona árabe de Jerusalén -donde radicaba l’École Biblique- y la consiguiente humillación de sus amigos árabes (1967) le llevó al borde de la depresión. 3ª) La salida de Jerusalén por prescripción médica del P. Arnaud Lamouille, OP, su gran amigo y colaborador en la investigación (1991), figuraría en la agenda de su memoria como “el día más negro”.

Pero el P. Boismard fue también uno de los puntales de l´École Biblique (1946-1950; 1953-2004). Así lo avala el merecido reconocimiento de sus publicaciones en el ámbito especializado de la investigación bíblica. De fino espíritu crítico, lúcido y clarividente, parecía disponer de una “lupa” especial, digna del mejor detective, para el análisis minucioso de los textos. Desentrañaba con pasión y meticulosidad cada palabra y tilde de los manuscritos, se esforzaba por recomponer paciente y artesanalmente las mil piezas del rompecabezas literario, formulaba ingeniosas y razonadas hipótesis de trabajo. Disfrutaba del texto como el niño que destripa el juguete, ansioso por conocer todos sus secretos, intentando desvelar el arcano de aquel Jesús de quien dan testimonio las Escrituras (Jn 5,39), el misterio profundo escondido en los escritos de aquellos primeros cristianos. Su perfil afilado, de mirada penetrante, dibujaba perfectamente la estampa del escriba cristiano (Mt 13, 52).

Lo constaté en un seminario dirigido por él. Disfrutaba con sus alumnos estimulando en ellos la lealtad y honradez de una sana crítica en la tarea de la investigación. Fomentaba la confianza como caldo de cultivo propicio para la participación en el debate. Sabía respetar las diferentes opiniones personales, pero sin olvidar su papel pedagógico como buen “maestro de la sospecha”: alertaba y hasta provocaba con sucesivas dificultades y objeciones la ingenua credulidad de quienes se dejaban llevar por la inercia del peso de la tradición. No toleraba la política del avestruz, la sumisión intelectual a prejuicios que dormían en el limbo de los justos. Era su manera de servir a la causa de la verdad.

¿Qué aporta la vida del P. Boismard a nuestra identidad y vocación dominicana? Su gran humanidad y su honestidad intelectual en la búsqueda de la verdad. Explorador infatigable, hipercrítico para algunos. ¿Nunca seguro de haber alcanzado el puerto? Es la condición del viandante confiado en la promesa del Señor: “El que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7,8).

El P. Boismard se adelantó a lo que nos dicen las Actas del último Capítulo Provincial de la Provincia de España (Caleruega, 2009), n. 98: “Exhortamos a los frailes y comunidades a fomentar la reflexión razonada que propicie una maduración crítica, aun reconociendo que en el mundo juvenil se valora especialmente el lenguaje experiencial, emotivo y visual”.