“Recibid el Espíritu Santo” Domingo II de Pascua, Ciclo B, (Jn 20, 19-31)

Fr. Antonio Bueno Espinar
Fr. Antonio Bueno Espinar
Convento de Santo Domingo, Almería
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La cincuentena pascual tiene una gran significación en el proceso de crecimiento en la fe que seguimos los bautizados. Un largo día de Pascua que culminamos hoy, con una dinámica interna sorprendente e iluminadora. Yo creo que, jóvenes y mayores, solemos vivir la experiencia de los Once y las mujeres, de manera especial, la de María Magdalena.


   Contemplamos un hecho, en este caso el sepulcro vacío, en la madrugada del primer día de la semana y cegados por la desolación que arrastramos, concluimos con falta de rigor: han robado el cuerpo del Señor. Eso pensó y dijo María, que amaba a Jesús de un modo singular. Se había sentido amada y perdonada hasta el punto de cambiarle la vida. El dolor de María es tan grande que concluye de esa manera y así lo comunica. Pedro y Juan corren y comprueban el hecho, creyeron, pero guardaron silencio.


   Un sepulcro vacío no basta para decir: ha resucitado. Este largo domingo de Pascua que culmina hoy, les da la razón. María, que persiste en su llanto junto al sepulcro vacío y con insistencia repite lo que para ella es la normal explicación, escucha de labios del supuesto hortelano pronunciar su propio nombre. Allí, en ese momento se produce el encuentro con el Resucitado y la amorosa reacción de María: Señor mío. A ella, la primera llamada a evangelizar en los tiempos nuevos, se le encomienda la misión de anunciar a los Once que el Señor ha resucitado. Sin embargo, no la creyeron. A pesar de haber visto el sepulcro vacío, no la creyeron.


   La disponibilidad para escuchar y creer es muy necesaria. Ella genera la posibilidad del encuentro, deja la puerta abierta. Las cosas pueden ser de otra manera, no tienen porque quedar restringidas a nuestras interpretaciones. El sepulcro vacío no les quitó el miedo a los Once y a los demás. Seguían intimidados a pesar de la Buena Noticia dada por María Magdalena, porque ellos no han visto.


  Jóvenes y mayores en nuestros días precisan de testigos convincentes que les acompañen en este proceso de encuentro con Jesús resucitado. Precisan ser acompañados, no aleccionados, porque no se trata de dar lecciones teóricas que no cambian ni pueden cambiar nada. Es imprescindible el encuentro personal con el Resucitado para que todo se transforme. Y eso ocurre tomando el Maestro la iniciativa. Jesús va a buscar a los suyos, Se hace presente en medio de ellos. Primero ha sido en la madrugada, cuando aún estaba oscuro. Ahora es al anochecer del primer día de la semana. Las condiciones son las mismas y en medio de las tinieblas brilla la Luz. Brilló para María y brilla ahora para los diez apóstoles. Jesús se planta en medio de ellos y les da la paz que el miedo les ha arrebatado. Los miedos son malos compañeros para esta aventura de vivir el Evangelio. Por eso, Jesús les comunica su Paz y les muestra las pruebas de su amor hasta el extremo y ellos se llenaron de alegría al ver al Señor.


   Siempre se produce lo mismo: la presencia del resucitado llena de alegría, da seguridad, conforta y anima la existencia y de tal manera, que nada ni nadie la puede arrebatar. Tiene un modo de proceder tan acomodado a nuestras necesidades y situaciones, que se ajusta a nosotros como una segunda piel. Nos llena de tal manera, que ya nada nos puede hacer dudar. Están llenos de alegría y en esa situación Jesús les comunica el Espíritu Santo y les encomienda una misión: reconciliar. Perdonar siempre. Escuchar siempre. Alentar a los otros como ellos son alentados.


   El caso de Tomás es muy aleccionador. Siempre pregunta; siempre refleja sus razonamientos y siempre aparece impulsivo. Es el racionalista y frente al testimonio de los otros enfrenta sus condiciones para dar crédito a lo que se le anuncia. No estamos nosotros lejos de él. Yo diría que nos retrata bien. Y Jesús, como siempre, buen terapeuta y mejor conocedor de los suyos, a los ocho días, se presenta de nuevo en medio de los Once. Tomás está ahí. Y la condescendencia de Jesús es orientadora. Conviene acomodarse a la condición humana y reta a Tomás: toca, toca bien, comprueba. Y las condiciones de Tomás se desbaratan. Esta Verdad se impone por sí misma tan suavemente, que no puede sino exclamar: Señor mío y Dios mío.


   Lo que se pone de manifiesto es la necesidad del encuentro personal que permita la experiencia de la misericordia de Dios expresada en el amor de Jesús por todos hasta el extremo de dar su vida para que la tengamos en abundancia. Y todo ocurre en el marco de la comunión fraterna que ha surgido de la experiencia Pascual y muestra la riqueza contenida en las vivencias compartidas con Jesús, antes de su pasión y muerte y las que ahora se tienen que muestran la plenitud de lo vivido anteriormente sin llegarlo a comprender. Y es que precisamos de tiempo para similar toda esta riqueza que se ha comunicado por medio de Jesús a todo el que le acoge.


   Se cierra esta semana que en realidad es un solo y mismo día que se prolongará hasta los cincuenta, cuando volveremos a escuchar este mismo pasaje que clausura la Pascua. Es como un esquema en el que se encierra todo el proceso de crecimiento del bautizado. El Espíritu nos lo irá clarificando todo.