"Testigos de la Luz" Domingo de Resurrección, Ciclo B (Jn 20, 1-9)

Los acontecimientos desconcertantes y la dispersión tras la muerte de Jesús parecían poner fin a toda aquella historia, pero en realidad era el momento de comenzar algo más que una aventura, era el inicio de una nueva Era. Su muerte abrió el camino a la vida en plenitud y se inicia el seguimiento en espíritu y verdad.


   Los discípulos informados de la desaparición del cuerpo del Señor, corren, junto a María Magdalena, al sepulcro. Solo las vendas y el sudario abandonados en el lugar de los muertos fueron suficientes para que se les abrieran los ojos y creyeran. La fe se vio iluminada por los signos y las palabras de Señor cobraron sentido. En el relato evangélico hay tres actitudes en estos primeros testigos de la resurrección que nos pueden ayudar a vivir el misterio Pascual que celebramos en estos días: la fidelidad de la fe, la premura del anuncio y el respaldo comunitario.


  María Magdalena fue muy temprano al sepulcro, el amor madruga para el servicio, y se encuentra con una sorpresa: la tumba está vacía. En esta actitud de la mujer seguidora de Jesús podemos ver la continuidad de los discípulos en conservar su vinculación con el proyecto de Jesús. Las palabras y los gestos del Señor no cayeron en saco roto, sino que tocaron y trasformaron la vida de los seguidores más íntimos, a tal punto, que aun cuando la confusión estaba presente, persistían en ir junto al Señor. Fue la fidelidad a la fe recibida lo que les mantenía constantes. La experiencia junto al maestro les creó un vínculo que no se rompería tras su muerte.


 

 También nosotros con la fe que hemos recibido y lo que hemos vivido del amor de Dios podemos testimoniar el actuar del Señor en nuestras vidas. Puede que muchas cosas aun no las comprendamos enteramente y que alguna duda nos asalte, pero la fidelidad al bien que hemos recibido nos llena de la certeza de que el amor no muere, no pasa. La vida se multiplica en el compromiso de actuar en favor del amor y la justicia.


  Por otra parte se nos dice que los discípulos fueron corriendo al sepulcro. Esta es también una actitud imitable que nos habla del Dios de vivos, que hace mover los resortes en nosotros para reaccionar con prontitud en el anuncio de su Palabra. La alegría que produce la experiencia salvadora de Dios, es la fuente generadora de vitalidad. Hay vida después de la muerte porque no se agota el amor que se ha vivido. La nada no es el destino para quienes han puesto en su vida el amor como principio fundamento.


  Se vive en el encuentro con el otro, en la experiencia compartida y en la solidaridad humana. Es por ello que necesitamos del respaldo comunitario, del testimonio del hermano que nos enriquece. El texto trata con detalles la relación entre los apóstoles: el discípulo más joven deja lugar al mayor para que entre primero y confirme. A través de estos gestos percibimos que una comunidad se construye en la unidad de la fe y en el testimonio de los hermanos. La experiencia del resucitado se vive en comunidad y se alimenta de ella. Cristo se hace visible a través de los hombres y mujeres que le siguen y su amor se manifiesta en las actitudes de los cristianos.


  Resucitar con Jesús es la responsabilidad de iluminar el mundo en el que vivimos, siendo portadores de esperanza y testigos de la luz que disipa la oscuridad del mal. Esta es la vocación cristiana y dominicana, ser predicadores de la Gracia de Dios que es la fuerza del bien que se abre camino entre los poderes de la muerte.