Reconocerse en la humildad
Domingo Vigesimo Segundo del T.O.
¡Impresionantes la lecturas de este Domingo! Las lecturas giran alrededor de un tema: el reconocimiento. Jesús utiliza un ejemplo ya utilizado en otras ocasiones, y muy bien conocido por la sociedad judía del s. I, para hablar sobre el tema de reconocimiento: la comida. El libro del Eclesiástico sentencia frases de profunda densidad.
¿Qué hay en el ser humano para que en muchas ocasiones busque el aplauso humano? ¿Qué hay en la persona para que algunas veces busque “trepar”, obtener poder y ansias de autoridad?
No se porqué me viene a la mente la imagen del paraíso. Antes que Adán y Eva pecasen, vivían en plena armonía, felicidad. El pecado que cometieron, ellos mismos, les llevo a la ruina. Ese pecado nos es presentado en el pasaje del Génesis como un pecado con tres aristas: el tener, el conocer y el poder. Pues este Domingo, lo que está en juego es el poder. El poder, el ansia de reconocimiento desmesurado por parte de los otros, no es más que una actualización del pecado que cometieron Adán y Eva y, por lo tanto, fuente de infelicidad.
Cuando uno busca el reconocimiento, lo busca porque lo necesita para poder vivir o, mejor dicho, para poder sobrevivir. Si no se consigue ese reconocimiento, ese poder u autoridad le parecerá que todo va mal, se queja de todo... y el pesimismo, el fatalismo... hacen presencia en la vida de esa persona. Bien es verdad, que para esa persona existe sólo una solución para que las cosas vayan bien. ¿Cual? La suya propia. De esta manera, reivindicará su solución como la mejor y la única para salir de tal situación crítica.
En realidad, esa persona ha volcado su mirada “hacia lo que está fuera de ella misma”, sin tener conciencia que, a lo mejor, la mirada habría que volverla hacia dentro y preguntarse en primera persona: ¿Por qué necesito el reconocimiento, el poder? ¿Por qué ansío los primeros puestos, como dice Jesús en el Evangelio?
Y es aquí donde aparece la actitud de la humildad que, tanto el Evangelio como la lectura del libro del Eclesiástico, nos proponen como bastón para responder a la pregunta formulada en primera persona. La humildad lleva a la Verdad. Sin humildad no se puede reconocer la realidad, el papel que juega cada uno en el mundo, porque siempre “fantasmeará” con una realidad que no existe y que, la persona misma se imagina a su antojo. La humildad de reconocer, de aceptar la propia verdad, que es la Verdad de Dios con cada uno de nosotros. Caminando con la Verdad somos humildes y llegamos a buen puerto: la Felicidad.
Jesús y el libro del Eclesiástico dan unas acciones concretas para atajar esa ansia de reconocimiento de la cual podemos ser conscientes, pero que no sabemos dominar. Son acciones que nos ayudan a “enrutarnos” en la pista de la Felicidad, a considerarnos por nosotros mismos con realidad y no por la imagen que queremos reflejar en los otros. Al final, si nos fijamos, felicidad es simplemente una tarea interior y no exterior.