Reorientarse en Cuaresma
Miércoles de Ceniza
Que el mundo a veces nos puede un poco-demasiado más de lo que nos gustaría, es una experiencia de todo ser humano. La vida a veces nos encarrila y nos dirige más de lo que nosotros mismos queremos. Nos encontramos -no sabemos muy bien cómo- viviendo vidas que no son las que queremos, las que hemos decidido, y que en el fondo nos generan más insatisfacción, desidia, malestar y desasosiego que bienestar o placer. Aunque a veces no nos demos cuenta, entramos en las dinámicas de un mundo, de unos valores, de unas claves que conscientemente decidimos no aceptar, pero que inconscientemente, y a veces en debilidad, acaban atrapándonos.
Esos son los momentos adecuados para cambiar de vida, para volver a orientar nuestro camino, para optar por ser quienes somos y lo que queremos, para reorientarse.
¿Pero orientarse o reorientarse hacia dónde? La dimensión de fe y creyente cristiana lo tiene claro. Las preguntas sobre cómo hacer de la vida una vida auténticamente vivida ya tuvieron respuesta. Una respuesta de amor, de esperanza, de justicia, de entrega, la respuesta de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre. El modelo de toda vida humana lograda, plena, llena, realmente vivida, es la de Jesús de Nazaret. El orientarse tiene que ser hacia Jesucristo. Y el compendio de toda su vida, la densidad de todo su mensaje y de toda su vida, se condensó en su Pasión y en su Resurrección. Es por éso que vivimos la cuaresma de cara al misterio de la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
Pues éso y no otra cosa es la Cuaresma. Ese movimiento de reorientación que comenzamos en este Miércoles de Ceniza. Reorientarse hacia hacer vida de verdad del mensaje del evangelio en nuestra vida, el tomarnos una vez más en serio eso de ser cristianos.
Para poder hacerlo, lo primero es descubrir si realmente nuestra vida no es todo lo que podría ser. Por éso es bueno de cuando en cuando pararse, detenerse, mirarse por dentro y ver si sutil pero perceptiblemente, nos hemos ido moviendo dentro de nosotros mismos hacia lo que no nos gusta. Hay que descubrir que hay que volver a reorientarse. Hay que localizar lo que nos atrapa sin quererlo... y desecharlo. Esa es una de las dimensiones de la Cuaresma. Pararse primero, para reorientarse después. Mirarse por dentro y recolocarse a uno mismo en la vida que quiere vivir, para poder hacerla realidad.
¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo reorientarse hacia el amor y la libertad supremas, hacia la esperanza, hacia la vida en la que desemboca la Semana Santa, que es la Pascua?
La Iglesia nos propone a los cristianos una serie de medios que se encuentran en todas las culturas y sociedades pues hablan del hombre mismo, de lo que es, lo que le atrapa y sobre todo lo que le da vida y libertad, la Iglesia nos plantea lo que se ha llamado tradicionalmente la penitencia cuaresmal: la oración, la limosna y el ayuno.
Con mala prensa lo del nombre de penitencia, en el fondo es un buen método que ayuda a ese serenarse por dentro, a ese liberarse de lo que nos va desviando imperceptiblemente. No hay que mirarla -evidentemente- en plan fustigante y sanguinolento, nada de sufrimientos extremos y esas cosas, no es éso lo que dice Jesús en el evangelio del Miércoles de Ceniza con el perfúmate y lávate la cara, no esta ahí la humanidad de un Dios que se hace hombre. La penitencia hay que vivirla como ascesis, como purificación, como una ayuda a la liberación de lo que nos tiene un tanto agarrados, un tanto esclavizados, y como ayuda para acercarse a ese modelo que tenemos como meta -Jesucristo-, pero siempre humanamente, pues lo más humano es lo más divino. Es al fin la penitencia poner en ejercicio la libertad de optar por lo que nos da vida y plenitud, no por lo que nos lleva al mal humor, es el elegir vivir de una manera más libre y menos atada a las cosas, es volver a conectar con la fuente de nuestra alegría y plenitud.
Central es la Oración. Para mirarse por dentro y ver cómo nos hemos ido moviendo es sumamente importante el silencio, la oración, la meditación, la lectura, el estudio que ayuda a la segunda parte de ese reorientarse, el descubrir más profundamente el modelo que hemos tomado, reorientarse a Cristo. En lo del Ayuno, hay que reconocer que el mundo ha cambiado y de poco sirven las cosas si las vaciamos de contenido. Esto de los ayunos creo yo que hay que vivirlo en el sentido profundo de asumir cada cual lo que es penitencia y lo que no lo es, y lo que ayuda a cada uno a reorientarse, sabiendo que la alimentación es lo que conforma nuestro cuerpo y que en todas las tradiciones culturales y religiosas de nuestro mundo, es un valor puntual el ayuno. Los pequeños sacrificios purifican el cuerpo y la mente, nos ayudan a dar el valor justo que tienen las cosas a las que nos atamos y que somos capaces de poder dejar. La Limosna la entiendo como donación de uno, dar lo que uno es o tiene a los otros, reorientarse hacia los otros, poner en su justo valor las cosas materiales y no dejar que nos acaparen las cosas demasiado, la felicidad no está en el tener, está en el amar, en el darse, en la cercanía a los otros, que no es otro el mensaje del amor de Jesús de Nazaret, mirar siempre fuera de uno hacia el que está al lado.
Desde esas claves esta Cuaresma que empieza en el Miércoles de Ceniza -“conviértete y cree en el Evangelio”- hasta el mismo Jueves Santo -cuarenta días mal contados pues los Domingos no entran el cómputo cuaresmal- será mucho más provechosa y será una buena preparación, una reorientación, de lo que somos y lo que queremos ser hacia la meta de nuestra vida, el Amor, la Liberación y la Esperanza de la Resurrección.