Santisima Trinidad
“Id y haced discípulos a todos los pueblos…”
En el evangelio de este domingo nos encontramos ante la misión universal que encomienda Jesús a sus seguidores en Galilea: “id y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo…” Estas palabras inauguraban la misión de la Iglesia, indicándole su compromiso fundamental y constitutivo. La primera tarea de la Iglesia es enseñar y bautizar y bautizar quiere decir “sumergir” (por esto, se bautiza con agua) en la vida trinitaria de Dios. El acento lo encontramos en esta fórmula que es a su vez trinitaria y bautismal. Jesús nos pide que hagamos discípulos y que bauticemos y luego nos dice cómo tenemos que hacerlo: “enseñándoles a guardar todo lo que nos ha mandado.” El bautismo se convierte en el primer paso del seguimiento de Jesús y nos compromete con un modo de vida propio del cristiano, por el bautismo nos introducimos en el misterio de la vida trinitaria, fiesta que celebra la iglesia este domingo después de Pentecostés. Creo sugerente que la misión que Jesús nos propone es comprensible a luz del misterio trintario. Bautizarse es introducirse en el misterio de la vida íntima de Dios y esa vida íntima es amor y es comunidad. ¿En qué consiste el misterio del amor trinitario mediante el cual nos introducimos a través del bautismo?
La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios, sino también nuestra manera de entender la vida y de relacionarnos con los otros. Los cristianos al confesar su fe en la Trinidad, creen que Dios es un misterio de comunión y de amor. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación, un amor que cuanto más se da, más se plenifica y esto lo vemos en la manera en que se aman el Padre, el Hijo y el Espíritu. Las tres personas se comunican amándose y se aman por iniciativa gratuita del amor del Padre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son vivientes eternos que se autorrealizan en la medida en que se entregan unos a otros. La característica fundamental de cada persona divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona viva se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida de las otras. Lo mismo que uno no es feliz más que haciendo felices a los demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada persona se vivifica en la medida en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Con la Trinidad alcanzamos la perfección, porque la Trinidad nos enseña cómo es posible plenificar el amor y la vida, por eso cuando el amante ama al amado no solo plenifica el amor, sino que se plenifica a sí mismo, somos más plenos y vivimos más felices cuanto más somos capaces de darnos.
Cada persona de la Trinidad juega un papel propio, se da lo que los teólogos han denominado unidad plural, lo propio del Padre es ser dador de amor, le corresponde la paternidad, el Hijo recibe ese amor y le corresponde la filiación y el Espíritu Santo permite la comunicación entre el Padre y el Hijo, es el amor mismo, éste amor entre personas hace que emerja la comunidad trinitaria. Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad y en virtud de esto, somos seres comunitarios y estamos creados para amar, amarnos y dejarnos amar. La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: “sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados”. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su “genoma” la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.