“Señor, ¿cuándo te vimos…?” Solemnidad de Cristo Rey

Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
A la escucha no hay comentarios

 
   La solemnidad de Jesucristo Rey pone fin al año litúrgico. Las personas necesitamos tiempos que marquen y ordenen nuestras vidas y sean como pequeñas metas. Tiempos para mirar atrás, evaluar lo vivido y comprometer lo que aún está por delante, con coherencia y fidelidad. Tiempos que nos recuerden la exigencia de vivir en serio, empeñando la vida sin mediocridades, apostándolo todo por algo que merezca la pena.

  Una sola pregunta sirve de evaluación para el tiempo que en este domingo se acaba: ¿has amado? De estos doce meses podemos guardar muchos recuerdos. Sólo una cosa es esencial: el amor que hayamos dado a los demás, el que hemos puesto en nuestras obras, el que hemos cuidado y repartido. ¡Sólo el amor da sentido a la existencia humana!

  El pasaje evangélico del “Juicio Final”, tal como lo presenta Mateo, es muy exigente. Y aunque pasen los siglos continúa teniendo una perfecta vigencia. Jesús pone la experiencia religiosa en relación con el compromiso con la humanidad. Las obras que se hacen en favor de los últimos son prueba de la fe mejor, más completa y más seria. Porque la experiencia religiosa sólo puede vivirse de una forma encarnada, con los pies en la tierra, y con el corazón dispuesto a transformar esta realidad. Por fe y por amor.

  Jesús habla de los últimos. Los hambrientos, sedientos, peregrinos, enfermos o encarcelados siguen teniendo rostros y nombres, y continúan llamando a nuestras puertas y vidas de mil formas. Y en ellos, Cristo oculto, busca acogida, respeto y dignidad. “A mí me lo hicisteis…”, por encima de leyes injustas, miedos o de un sentido común que aísla y separa. Cristo nos visita en el pobre, ¡y ojalá esto no nos deje indiferentes jamás!

  Se trata de vivir con una mirada compasiva sobre la realidad, el mundo y las personas. Conscientes de distinguir la presencia de Dios en lo más bajo de lo humano, y de rescatar su rostro reconociéndole en el hermano. La compasión, que no es la lástima estéril, agranda el corazón, dignifica a la persona, abre espacios de fraternidad entre iguales, construye y hace posibles caminos nuevos, invita a ir siempre más lejos con espíritu crítico, crea una sociedad de hermanos.

  Los dominicos hemos crecido en la escuela compasiva de Santo Domingo. Él nos ha enseñado a mirar la realidad de otra forma, con la belleza que se esconde en los otros. Empujando con nuestro estudio una sociedad más justa, construyendo pequeñas fraternidades que se sienten transfiguradas en la oración y que predican al Dios escondido en todo lo humano, desde la gracia y la misericordia. Martín de Porres, Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos, Rosa de Lima, y cientos de hermanos y hermanas han continuado con el esfuerzo de reconocer a Cristo en los pequeños y servirlo con generosidad. Éste sigue siendo el reto para nosotros hoy, también para ti que lees estas líneas… ¿Serás capaz de vivir compasivamente, con un amor capaz de dar la vida por los otros?