Somos buscadores de la gratitud
Hace unos meses perdimos una hermana, una tía y una buena consejera. La causa de su pérdida se debió a una enfermedad muy agresiva: cáncer de hígado. Nuestra hermana, tía, era una mujer llena de vitalidad y tenía el increíble don de transmitir esa vitalidad a los que se relacionaban con ella. Los que pudimos acompañarla en los últimos días, pudimos experimentar esa vitalidad que expresaba con un sencillo “gracias”. A quienes la conocíamos bien no nos sorprendían esas muestras de agradecimiento. ¿Quién, aun sabiendo que está a punto de morir, es capaz de dar las gracias? A veces, en momentos de enfermedad, de sufrimiento, y de dolor, nos olvidamos de dar gracias, bien a Dios, a los amigos, o a los hermanos. La tendencia “natural” es rebelarnos contra Dios y contra el “sinsentido” de la vida. Es el momento de los “porqués”, el momento de la necesidad de que se obre un “milagro”. ¿Dónde está Dios? ¿Por qué permanece en silencio e impasible?
“Padre, aleja de mí este cáliz. Pero que no sea haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 36-42).
Naturalmente, seguro que en algún momento se sintió en la necesidad de expresar: “Padre, aleja de mí este cáliz. Pero que no sea haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 36-42). Pareciera que la primera parte de esta oración surge de las entrañas de nuestra hermana. ¿Quién quiere para sí el sufrimiento y la enfermedad? Es la segunda parte la que querríamos no pronunciar. ¿Qué voluntad querría verme consumida en la muerte temprana? ¿Acaso el Señor no nos hizo para vivir y ser felices? ¿Quién es capaz de seguir dando —como el justo Job— gracias a Dios en mitad del dolor y del sufrimiento? Es duro abandonarse en las manos de quien sabes que te ama, aunque no llegues a comprender el alcance de ese amor.
Efectivamente, los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos. Por eso, haciendo hoy una relectura de su experiencia, puedo decir que los gestos de gratitud de nuestra hermana catequizaron a muchos de los que la acompañábamos. Su gratitud nos trasmitía una esperanza que, evidentemente, no es la negación de la realidad, sino el compromiso por caminar juntos transmitiéndonos la confianza en la ayuda reciproca, en medio de la fragilidad.[1]
Es como la electricidad, donde tenemos un polo positivo y uno negativo, pero ambos son necesarios para generar electricidad.
A raíz de esta experiencia me hago esta pregunta: ¿Cómo entiendo yo la gratitud? Podría definir la gratitud como la capacidad de mirar nuestra historia (personal o colectiva) o nuestro pasado como «perfecto». Ahora bien, con la palabra «perfecto» quiero hacer referencia a un equilibrio entre dos dosis: la dosis del sufrimiento y el placer o la felicidad. Estas dos dosis bien equilibradas son suficientes para tener una actitud grata. Porque para desarrollarse en la vida o ser agradecidos por ella, es necesario el placer como el sufrimiento. Esto es como la electricidad, donde tenemos un polo positivo y uno negativo, pero ambos son necesarios para generar electricidad. Como decía un gran emprendedor galo, David Laroche: la gratitud no solo es agradecer el placer, los buenos momentos, sino el conjunto de factores que nos hacen ser. También Víctor Frankl, narrando su experiencia en los campos de concentración, afirma que las situaciones más inhóspitas se pueden superar poniendo en práctica el principio de la gratitud. Asegura que el arte de vencer reside en la superación de los obstáculos.
En efecto, cultivar esta actitud es desarrollar la capacidad de desear lo que uno ya tiene. Como la vida, la fuerza de vivir cada día, lo cual nos puede ser un estímulo para obtener más de lo que ya tenemos y amamos.
Los bantúes decimos: la buena palabra es para el corazón, no para oído.
La palabra gracias fomenta encuentros amigables.
Hay palabras que oscurecen nuestro entorno y el ánimo de los desolados, y otras que colorean y estimulan a mirar a delante con ilusión. Sin embargo, la palabra gracias fomenta encuentros amigables donde se pueden conjugar verbos: del descanso saludable, del ocio, del disfrute[2] y al final solemos decir: gracias amigos, por el paseo, gracias por la cerveza, la comida, los consejos, etc. que tan importantes son para una vida equilibrada. Decir gracias nos hace entregarnos a los demás, construye un hábitat de confianza, amplía nuestro círculo relacional, proyecta esperanza. Porque, en todo ser humano hay un deseo de esperar seguir viviendo y un deseo de vivir mejor[3]. Igual que en todo ser humano hay un anhelo de ser correspondido con un GRACIAS. La palabra gracias convence y hace dudar a los corazones mal intencionados. Además, es bueno agradecer incluso si eso que recibimos se nos entrega de mala gana, porque, lo bueno del alma grande es prestar más atención a lo bueno que a lo malo. Por tanto, si alguien hizo una bendición con malos modales, no por eso en quien lo recibe cesa del todo el deber de agradecer[4].
Vivir para los demás es la regla de la naturaleza
Apostilla el Papa, Francisco: nada de la naturaleza vive para sí mismo. Los ríos no beben su propia agua. Los árboles no comen su propia fruta. El sol no brilla por sí mismo. Vivir para los demás es la regla de la naturaleza[5].La vida nos ha dado muchos préstamos que necesitamos devolver[6]. Es verdad que cuándo el corazón se expresa como siente, habla de gratitud. De lo que eres, cuando das las gracias. En efecto, el despertar a la realización humana puede producir lágrimas de gratitud. Pero no olvidemos que somos seres buscadores de gratitud, por lo tanto, mendigamos un amor que solo recibimos dándolo. Dar gracias es construir un mundo más humano, humaniza.
Dice el refrán: “es de bien nacido ser agradecido”. Ser conscientes de los dones recibidos y concretarlo en cada cosa y en cada momento; como mi gratitud al lector que ha tenido la paciencia de leer hasta el final.
[1] Cf. José Carlos Bermejo, Dar gracias. Oraciones para humanizar la cotidianeidad, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2021, p19.
[2] Cf. José Carlos bermejo, Op. Cit., p154
[3] Cf. Martin Gelabert, Teología ¿para qué?, EDIBESA, Madrid, p.25.
[4] Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica, II. q. 106, a.3.
[5] Papa Francisco, audiencia de 5 de junio, 2017
[6] Cf. Antonio Rodríguez Fínez, Al encuentro de la vida, PPC, Madrid, 2021, p. 224.