Todo lo que hacen es para que los vea la gente
Domingo 31º del Tiempo Ordinario
De entre todos los evangelios, Mateo es quien alude más a los fariseos. Siempre los presenta en confrontación con Jesús. El evangelio de este domingo se encuentra en la sección que los estudiosos han denominado “¡los ayes!”. Estos se configuran de dos maneras: hay ¡ayes! de lamentación, por una parte y, ¡ayes! de condenación, por otra. Los ¡ayes! de Mateo son de condena ya que trata de condenar la hipocresía de los fariseos. Para Mateo es muy importante que las palabras, las obras den buenos frutos. Por eso no ha de extrañarnos que aluda Mateo en el último ¡ay! a la muerte del profeta, que es el anuncio implícito de la muerte de Jesús. Y para los fariseos, el infierno como condena radical.
Es en esta sección donde claramente se percata la virulenta controversia de Jesús con los dirigentes del pueblo de Israel. Es una de las secciones más difíciles de entender del evangelio de Mateo, pues Mateo en ella intenta mostrar, por una parte, su forma de comprender la historia pasada de Jesús, que culminó en la muerte y resurrección, y, por otra, la historia de la comunidad que vive en medio de una sociedad que no la acepta ni la quiere integrar en su seno. Es un problema de aceptación e integración del cristianismo primitivo en la sociedad judía. De ahí que las palabras de Jesús, por una parte, expresan el clímax de la polémica de éste con los adversarios de su época y la centralidad del Reino en su predicación, antes de dejar el templo junto con sus discípulos; por otra, sus palabras justifican y animan a una iglesia que sufría dentro de la sociedad judía, y que a su vez estaba viviendo la traumática separación de su época, que había excluido de la sinagoga a los seguidores del “nazareno”. Mateo advierte, en boca de Jesús, que los creyentes en Cristo no pueden ser hipócritas como sus adversarios. Y esto nos sirve a nosotros, los cristianos de hoy, anclados en nuestra sociedad contemporánea, como testimonio de nuestra fe en Jesús, ya que no hay distinción entre el tiempo de Jesús y el tiempo la comunidad eclesial. La historia pasada de Jesús debe verificarse en la presencia viva del Señor en el hoy de la comunidad.
Si en el evangelio Jesús reprocha a los escribas y fariseos el ser hipócritas, no debería extrañarnos. Hoy también vivimos en un mundo en el que hay una élite de personas que se creen los dirigentes del mundo, los dueños del mundo. Hasta se ha llegado a tal punto de que se decida sobre el futuro de las personas, de los pueblos. Esa élite lo hace según sus intereses. La democracia, forma de gobierno más o menos de las naciones contemporáneas, se ha convertido en un elemento de pretexto, en un eufemismo para invadir a otros pueblos; y no de un valor que favorezca la igualdad, la dignidad, la fraternidad entre las personas.
Los fariseos y escribas en tiempos de Jesús, no enseñaban la ley de Moisés como había que enseñarla al pueblo. Al contrario, utilizaban la ley de Moisés como pretexto para imponer sus propias leyes. Por esta razón, Jesús dice que se han sentado en la cátedra de Moisés. Es decir, ya no es Moisés el que instruye al pueblo; en su lugar ellos son quienes instruyen al pueblo. La crítica de Jesús hacia ellos no viene por el hecho de que instruyan al pueblo en la praxis religiosa; sino por instruir esas praxis religiosas en nombre propio y no en nombre de Dios. Moisés instruía en nombre de Dios, cosa que ellos no hacen. Jesús, en cambio, enseña con autoridad. Una autoridad exclusivamente al servicio y liberación de las personas. Pero eso habla en nombre de Dios, porque es profeta de Dios; el enviado de Dios.
Los escribas y fariseos todo lo que hacen es para que los vea la gente. Lo mismo puede pasarnos a nosotros. Podemos caer en situaciones como éstas: predicar bien a los demás y vivir lejos de lo que predicamos. A veces, predicamos sobre los tópicos: el hambre en el mundo, el sufrimiento ajeno, las guerras, etc. y no nos damos cuenta de que el primer hambriento es tu prójimo, el que está a tu lado. Eso es lo que Jesús llama hipocresía. Es decir, predicar todo lo contrario de lo que se vive. Desafortunadamente, las políticas internacionales siguen por este camino. Jesús nos advierte: por vuestras obras sabrán que sois mis seguidores.