Una llamada a la felicidad
Conversión de san Pablo
Pensar en la descomunal figura de San Pablo, es pensar en todo lo que nos queda de su espíritu. El apóstol de los gentiles escudriñó en su vida el misterio de Jesús y descubrió que, entregándola toda por Él, podía presentarse con verdad como “Pablo, servidor del Mesías Jesús” (Rm 1,1) que nos dio toda libertad. Esta libertad la descubre Pablo tras su experiencia en el camino de Damasco. Jesús, ése de quien Pablo es servidor y está resucitado, le hizo “caer del caballo”. El “caballo” es signo de fuerza y poder; en Pablo representa a la Ley, es decir, a la Torá, y el judaísmo desde donde deseaba derrotar a los discípulos de Jesús. Pero en este artículo no me quiero referir a si el hecho de la caída del caballo es histórico o no; lo que quiero compartir es la vocación de Pablo a raíz de la experiencia de Damasco.
Toda vida es vocación y solemos decir que en ella hay una “llamada”. A Pablo lo llamaron por su nombre (Hc 22, 7); a mí me llamaron por mi nombre y a ti, puede que te estén llamando por el tuyo. Cuando es Dios el que llama, lo hace de forma personal porque nadie puede responder por nosotros; y si la respuesta es afirmativa, siempre surge algo nuevo y maravilloso en nuestra vida porque se llena de nuevas posibilidades. La llamada de Dios es señal de predilección y se hace oír en lo más profundo de nuestra conciencia, invitándonos a movilizar todas nuestras energías, como ocurrió con San Pablo. Es una llamada que va enlazada a una misión, a un servicio a la humanidad, para una tarea concreta en el mundo: el éxito de la aventura humana.
Sin embargo, no siempre se responde a la llamada. Predominan los que os estáis resistiendo a ella y preferís callar. Escucháis que os llaman pero calláis; no estáis diciendo un no, pero la respuesta es silencio. También en otros suele imperar el miedo: trabajar por el proyecto de salvación de Dios os parece demasiado exigente, que no podréis, que no sabréis, en definitiva, que fracasaréis. Hay muchos que no son mejores por miedo. Y también están los que responden, pero mientras no haya grandes exigencias. Les encanta el Señor; lo encuentran todo estupendo; pero mientras todo va bien: si no se les exige mucho. Quieren un Dios que no pida excesivamente, que no moleste demasiado, que no exija en el orden de la justicia y del amor fraterno, en el servicio a los seres humanos, en la pobreza. Si exige más de lo que gusta, ya no convence y se prefiere el “caballo”.
Me voy a arriesgar a hacer una pregunta: ¿crees que te “llaman”? pues responde; a San Pablo le ocurrió, y no pudo menos de responder a la llamada. Tu respuesta, ¿por qué no?, a ser fraile dominico (me sigo arriesgando) que sea una respuesta actual, es decir, desde ahora mismo, sin pereza; con todo lo que eres y con todo lo que puedas llegar a ser. Que sea confiada; si es Dios quien te llama, es que sabe muy bien que puedes ir; si te invita, es que está de tu parte y te puedes fiar. Y sobre todo que sea una respuesta llena de alegría e ilusión, porque será un canto a la vida que transmitirá tu felicidad; tu solidaridad y tu fraternidad. Atrévete, déjate deslumbrar y lánzate del “caballo”.