Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

Fr. Jesús Molongua Bayi
Fr. Jesús Molongua Bayi
Malabo, Guinea Ecuatorial
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II Domingo del Tiempo Ordinario de Ciclo A

Después de pasar las fiestas de la Natividad y el Bautismo del Señor, iniciamos el Tiempo Ordinario. Las lecturas de este domingo se centran principalmente en presentar a Jesús como Cordero de Dios; el que está en medio de nosotros siempre y cuando lo reconozcamos como el Mesías de Dios. En la lectura de Isaías la imagen del cordero se presenta como el siervo de Yahvé, cuyo sacrificio vendrá a restablecer el poder de las tribus de Jacob, y de todo Israel. Es en esta misma dirección como van enfocadas las bellas palabras de san Pablo a la comunidad de los corintios: quienes, consagrados por Jesucristo, reciben por medio de Él la gracia de Dios. En otras palabras, reconocer a Jesucristo en la comunidad de los fieles es aceptar que la salvación ha llegado a todos de parte de Dios. Jesucristo ha venido a salvar a los que necesitan ser salvados. Por esa razón san Juan no duda en enseñarnos que este siervo de Yahvé que profetizaba Isaías es el “cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

Ciertamente, en el fondo del evangelio de hoy, la idea que nos hace descubrir san Juan es la del conocimiento de Jesús, como el cordero de Dios. Tal conocimiento va acompañado de su posterior anuncio. Conocer a Jesús implica entrar en la dinámica progresiva de la escucha y el anuncio de la palabra de Dios. Nadie puede conocer perfectamente a Jesús. De ahí que el evangelista presente el modelo de Juan el Bautista, quien a su vez, no conocía a Jesús; sin embargo tuvo la valentía de presentarle al pueblo de Israel, como el cordero de Dios. La actitud de Juan el Bautista nos tiene que llamar mucho la atención. Él no acapara al cordero de Dios, ni lo reconoce para que luego ambos formen un “club de amiguitos”; al contrario, lo anuncia al pueblo y da testimonio de Él, para que la gloria de Dios sea manifestada en todo Israel. Con ello Juan el Bautista se convierte en el primer testigo del anuncio de Jesús entre los hombres y mujeres de su época. Por eso, no es de extrañar que se le haya venido llamando a través de los siglos del cristianismo el “precursor del Señor”.

Otra idea subyacente en el evangelio es la que alude a la función de Jesús: “el que quita el pecado en el mundo”. San Juan lo acentúa constantemente en su evangelio. Y lo matizará abundantemente en el libro del Apocalipsis. Basta leer la imagen del cordero degollado y revestido de gloria en Apocalipsis 5. Dichas las cosas de este modo, ya sabemos para qué fue enviado Jesús y por qué hemos de hacerle caso. Sin Jesús no hay salvación definitiva de Dios.

San Juan, que presenta al Bautista como el profeta e interprete de los tiempos nuevos, nos enseña que la única misión de Jesús es la de redimir a los hombres. Estos no tienen otra vocación que la de ser redimidos. Todos necesitamos ser redimidos, sólo por el hecho ser hombres o mujeres. Esta es la revelación de Dios y su proyecto para nosotros. En un mundo en el que poco se reconoce el pecado, en sus diversas formas, este evangelio nos hace reflexionar sobre nuestras limitaciones; sobre nuestra avaricia, odio, envidia, guerras, etc., pecados con los que habitualmente estamos “familiarizados”. Gracias a Juan el Bautista podemos hoy reconocer nuestra frágil humanidad y nuestra necesidad de ser redimidos por aquel que nos habla de parte de Dios. Pues es el único capaz de quitar el pecado del mundo.