"Una nueva forma de enseñar" V domingo del T.O (Lc 5, 1-11)

Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Casa San Martín de Porres, Malabo, Guinea Ecuatorial
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En el evangelio de este quinto domingo, Jesús vive una maravillosa y curiosa experiencia en el Lago de Genesaret. Encuentra una necesidad y una urgencia de querer escuchar la palabra de Dios. Es una maravilla, por la actitud de acogida y de aceptación a Jesús sin exigirle nada a cambio, sin reproches ni reclamos, sólo que les hables, les cuente las maravillas que trae la buena noticia del Reino de Dios a su tierra. Y es curiosa la experiencia, porque, hacía poco, a Jesús le rechazaban en su propio pueblo, la gente no quería oírle, no les interesaba su mensaje, sólo le pedían milagros, signos, y se olvidaban de que, éstos signos y milagros que piden preceden a su mensaje. Los milagros son signos del reinado de Dios, son signos de que Dios está hablando y actuando en medio de su pueblo con la presencia, palabra y actuación de Jesús; es acontecer de Dios en el actuar de Jesús. Algo que, a diferencia de la gente del pueblo de Jesús, la gente que estaba en la orilla del Lago Genesaret, se dieron cuenta, y de hecho le agolpaban.


   Jesús vive una escena conmovedora en el Lago Genesaret, hay una expectación desde la orilla, mientras que él, sentado en una barca, al ritmo de la serenidad de las aguas del lago, les dirige, les enseña, les habla desde el corazón y les pone en comunicación con Dios sin citar a ningún maestro de la ley. Unas de las preguntas que deberíamos hacer al escuchar este texto, podrían ser las siguientes: ¿Cómo predicamos nosotros? ¿Cómo es nuestro mensaje? ¿Cómo dirigimos la palabra a los que nos escuchan? Pues, de la forma que sea, el texto de Lucas, nos educa cómo tiene que ser nuestro mensaje, lo que se ha de esperar de un predicador cristiano: una palabra dicha con fe; una enseñanza arraiga en el Evangelio de Jesús; un mensaje en el que se pueda percibir sin dificultad la verdad de Dios y donde se pueda escuchar su perdón, su misericordia insondable y también su llamada a la conversión. Y para los oyentes de esa palabra: ¿Cuál es nuestra reacción? ¿Ansiamos escuchar la palabra de Dios que transmiten los predicadores? ¿Nos conmueven sus predicaciones? ¿Intuimos que en sus predicaciones Dios nos habla?


   Lucas concluye su narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Pedro, uno de los primeros discípulos de Jesús, que fue llamado en las orillas del lago de Galilea para ser pescador de hombres. Pedro, de personalidad impulsiva y fuerte, fue generoso creyendo en Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Siendo consciente de que no es posible pescar a mediodía, peor aún cuando no se ha capturado nada por la noche. Pero es la petición del Maestro y tiene plena confianza en él, pues echa las redes apoyando en la palabra de Jesús. Su respuesta fue fruto del impacto del amor de Dios en su corazón, fue la reacción natural al encuentro con la persona de Cristo. Hasta entonces, Pedro no había visto una redada de peces tan grande que reventaba la red como la que capturó en este momento.


   El resultado de la petición del Maestro, hace que Pedro reconociese su pequeñez y sus limitaciones hasta pedir a Jesús que se aparta de él. Pero Jesús no muestra interés por sus pecados. "No temas, desde ahora serás pescador de hombres". Jesús sólo ve en él un instrumento, un canal para llevar a cabo su proyecto salvador de Dios.


  Pedro se enamoró, no de una meta o de una idea, sino de la persona de Jesús. En Él encontró el tesoro escondido y la perla preciosa. ¿Y nosotros? ¿Tenemos una experiencia similar a la de Pedro? Todos los hombres y mujeres estamos llamados a ser como Pedro, pescadores de hombres, hemos de atraer a muchos otros al seguimiento de Cristo y ayudar a perseverar en la fe a los que ya le siguen junto con nosotros. Pensemos en las necesidades de la Iglesia: Jesús nos necesita a todos para llevar a todos los rincones su palabra. No permanezcamos indiferentes ante las necesidades del mundo y de la Iglesia. Aprovechemos todos los medios de formación y de apostolado que tenemos para hacer algo por los demás.


  Rememos mar adentro y echemos las redes para pescar, aunque las redes salgan vacías, no nos desanimemos sino que lo intentemos una y otra vez. Pero para echar las redes tenemos que tener dos actitudes fundamentales: fe y constancia. Debemos aprender a nadar contracorriente y no desanimarnos porque nuestra pesca es la pesca de hermanos para el Reino de Dios y no todas las personas están dispuesta a escuchar y, menos, a seguirle.