V DOMINGO DE PASCUA - Ser más humano es el signo de ser cristiano
El quinto domingo de Pascua nos ofrece en el evangelio un pasaje extraído de la última cena. No es que nos devolvamos a la Semana Santa, sino que la liturgia quiere recordarnos hoy, ya próximos a la fiesta de la Ascensión del Señor, el mandamiento por excelencia del cristiano: amarnos los unos a los otros a la manera que Jesús nos amó. Habla de un mandamiento nuevo. A simple vista se podría decir que la novedad radica en la aproximación positiva del mandamiento. Algunos de la antigua alianza se plantean en negativo: no mates, no robes, no… Este invita a hacer, no a dejar de hacer. Sin embargo el amar al prójimo ya estaba considerado en la antigua ley. La novedad no está entonces en el mandamiento, está en la manera: amar al prójimo a la manera de Jesús.
El estilo de amar de Jesús nos reta. Coloca alto el listón porque implica darlo todo, transcender toda lógica. La ética cristiana basada en ese mandamiento es una de máximos. Analizada fríamente podría decirse «de locos», pero la primera carta a los Corintios aclara bien desde dónde hay que abordar el menaje evangélico para que tenga sentido; de hecho, el sentido pleno; ese que el ser humano busca sin cesar toda su vida. Porque solo a partir de este amor sin medida es posible la construcción del Reino de Dios en la historia, es decir, la construcción de un mundo más justo y más humano, la tierra y cielo nuevos a los que hace referencia la segunda lectura.
El mandamiento nuevo nos abre un horizonte en donde la manera de relacionarnos con los demás es diferente. Al reconocernos hijos de un mismo Padre, se posibilita ver a los demás como hermanos, yendo por encima de relaciones de indiferencia o utilitarismo, y por encima de las dinámicas de venganza y odio. Eso de amar a los enemigos tiene su reto, por lo que la carta a los Romanos nos alienta: «No se dejen vencer por el mal; antes bien, venzan al mal con el bien».
El contexto litúrgico en que nos encontramos es el del camino de Pascua a Pentecostés; el Jesús de la historia sale de escena y nos deja su Espíritu, y en la historia a la Iglesia. Por ello la liturgia nos recuerda la preparación que fue dando Jesús a sus discípulos ante su inminente partida. Nos recuerda que la guerra del que sigue a Jesús no es contra un entramado militar, político y económico específico, sino contra las dinámicas que hacen de esos entramados estructuras deshumanizadoras. Por eso las armas o la manera de luchar esa guerra no son las convencionales. No son las que causan división y dolor.
Solo el amor nos humaniza, nos hace verdaderamente mejores. Dejamos de ver al otro y lo otro como cosa útil para nuestros caprichos egoístas, de valorar y querer al otro y lo otro en función de la ganancia y la utilidad que me brinden. Pasamos a una clave constructiva y liberadora en donde la dignidad humana, no sola la mía, y el respeto a nuestro entorno sean los valores máximos. Eso va claramente en contra de la propuesta de la cultura actual, que pone por encima la autoestima (mal entendida, por cierto) y en general el reducido mundo de lo mío y los míos. El nuevo mandamiento nos coloca en una dirección diferente. Se trata de salir de nosotros mismos, de nuestras zonas de confort, con la certeza de que, frente a lo que nos dicen nuestros miedos, no vamos a perder nuestra identidad, sino al contrario: vamos a enriquecernos en la medida en que creemos a nuestro alrededor más humanidad. El ser verdaderamente humanos es el signo de que somos cristianos.