Ver y creer
Estamos al comienzo del ministerio de Jesús en Galilea. Ya hemos pasado el pórtico del Evangelio de la infancia en Lucas. Vemos a Jesús con la fuerza del Espíritu, después de las tentaciones, listo para anunciar el Reino. Y lo anuncia de verdad. Las primeras palabras del Evangelio de Lucas en boca de Jesús es el paso del profeta Isaías (62, 1 y ss). Los versículos anteriores nos cuentan que su fama ya se había extendido, por lo que podemos imaginar que ésta no es su primera acción. Sin embargo, para Lucas, las primeras palabras de Jesús tienen que ser las del profeta Isaías. De esta manera, se está enlazando lo que dice el Antiguo Testamento, con el Nuevo. Jesús es la promesa cumplida del Padre. Jesús es el Mesías esperado que iba a venir. Él mismo lo dice: todo aquello de anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, etc; todo eso: “se ha cumplido hoy” (Lc 4, 21).
Por lo tanto, la Palabra de Jesús, confirma lo que los profetas habían esperado. Sin embargo, podemos preguntarnos a la luz del texto, ¿Qué es primero la palabra o la acción? Esta pregunta puede parecer inconexa de los hechos que nos relata el Evangelio. Incluso puede parecer que muy poco, o nada, tiene que ver con nosotros. Pero, al contrario. Tiene que ver y mucho. Partamos de la base que nosotros somos los discípulos de Jesús. Partamos de la base que queremos repetir el ejemplo del Maestro. Partamos de la base que el hacer y actuar de Jesús son paradigmáticos para nosotros. Y, partamos de la base, que somos predicadores de la Buena Noticia de Jesús. Por lo tanto, ya no está tan desconectado. Más bien, tiene mucho significado. Lo tuvo para los discípulos de la comunidad lucana, y lo tiene para nosotros. Así las cosas, leemos en el Evangelio que Jesús ya antes de comenzar a predicar, de comenzar a “hablar”, ya había realizado “obras”. Volvamos sobre el texto de Isaías. Con el anuncio de la Buena Noticia, también se da la vista, se da la libertad, se da la gracia de Dios, etc. Entonces las “obras”, que son las primeras y auténticas predicadoras, siempre van acompañadas de una palabra que lo interpreta.
Así, en el Evangelio de hoy, el mismo Jesús comenta acerca de la incredulidad de su pueblo, los hechos que ya había hecho en Cafarnaúm. Y para demostrar y confirmar la incredulidad de su pueblo, pone el ejemplo de la viuda de Sarepta y el leproso Naamán; que era sirio. Es decir, Jesús les está diciendo que los gestos, las acciones de Dios, fueron hechas, no a miembros del pueblo elegido, sino a paganos. Vamos, que les está diciendo: no me creéis, pero para ver signos es necesario necesitarlos, y los necesitaron y creyeron antes los paganos que vosotros. Y podemos pensar que es lógico el enojo de los asistentes a la sinagoga. Porque si ellos que eran el pueblo elegido, aquél pueblo del que iba a venir el Mesías, éste debía mostrárseles primero a ellos. Pero la dinámica de Jesús es otra. Jesús no se muestra a aquellos a los que “debía” mostrarse. Se muestra a aquellos que tienen necesidad de Él: a los ciegos, encarcelados, oprimidos, etc. Ésa es la situación propicia para que “acción” y “palabra” puedan proclamar la Fe en Jesús.
Jesús viene a liberarnos de nuestras “opresiones”, de las situaciones que nos superan y que nos alienan. Es cuando inconscientemente, estamos esperando en Él. Estamos esperando en la acción y la palabra de alguien que nos ayude, que nos libere. Tenemos Fe en que la solución está por venir y nos la pueden dar. Ahora bien, los que no tienen necesidad de nada, los que no necesitan de nadie, no esperan, no creen. Los autosuficientes no son los receptores del Evangelio. Nuestra actitud a la hora de acercarnos a Jesús es un muy importante, para poder ver sus obras. Nuestra actitud no puede ser la de aquellos vecinos de Jesús, a los cuales, debía mostrar los prodigios. Nuestra actitud debe ser la de toda esa gente que está esperando al que puede liberarlos de sus opresiones. Sólo así tendremos una mirada educada para poder ver y creer.