¡Vivid como resucitados!
II Domingo de Pascua
En el evangelio de este domingo, el evangelista Juan nos narra la aparición de Jesús resucitado a la comunidad de los apóstoles. Es un evangelio denso y rico. En él Juan nos narra la dimensión comunitaria de la experiencia del resucitado, también el don del Espíritu Santo a la comunidad cristiana, nos narra la increencia de santo Tomás el apóstol y después su experiencia en las llagas y el dolor del mismo Cristo, que le hacen reconocerlo, nos cuenta el valor de la fe aun cuando los creyentes no hayan conocido o vivido con el Jesús de la historia, pero sobre todo, para nosotros frailes dominicos, en este evangelio se nos cuenta el encargo misionero de la Iglesia.
"Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, asi os envío yo". Esas son las primeras palabras que les dice Jesús resucitado. Es el primer mensaje que les deja. Envía a sus discípulos para hacer lo mismo que él. Cristo los envía para predicar el Reino, para construir el Reino de Dios, curar, sanar, llevar esperanza, liberar del mal, para atender a los que sufren, para cambiar el mundo por la fe en Dios...
Pero no les hace ese encargo de cualquier modo... El encargo viene acompañado con el don del Espíritu Santo, con la presencia y la ayuda del Espíritu de Dios, de Dios mismo, para esa misión. El Espíritu es el que acompaña a los discípulos, es el que los sostiene, el que los empuja, el que les aclara y los guía, el que hace que desarrollen su misión, el encargo, el envío de Jesús al mundo. Con el Espíritu nunca estarás solo ni abandonado. Jamás sin fuerzas, ni abatido. Tal don lo celebraremos, lo haremos memoria, en Pentecostés, siguiendo el evangelio de Lucas a los cincuenta dias de la resurrección, pero en Juan viene junto a la misma experiencia del resucitado.
La misión y el envío sólo podían venir tras el triunfo de Jesús sobre la muerte, tras completar su misión en este mundo, tras llevar a la plenitud todas las cosas... Y es que la resurrección transforma a los discípulos como nos transforma a nosotros. No es el ser humano el mismo después de la resurrección. Todo se ha cambiado, todo se ha transformado. La experiencia de la resurrección es la experiencia de que ya nada es igual, que el mundo, la historia, el ser humano, todo ser humano, han sido transformados. De algún modo en la resurrección de Jesús ya hemos resucitado todos. Nuestras vidas son diferentes, el mundo es diferente. Y éso nos empuja a contarlo a todos, a terminar de hacerlo real; cuando el mundo sepa que ya son diferentes, que ya son resucitados, cuando crean que han resucitado con Cristo, vivirán como resucitados.
Vivir como resucitados es hacer ya vida de la salvación expermientada en la resurrección de Cristo. Es vivir ya como hermanos, como hijos de Dios, es vivir ya, aquí y ahora, en la plenitud de saber que ni la muerte ni el dolor ni el mal pueden sobre el ser humano, es vivir levantándonos siempre de las caidas y los errores, es vivir perdonando y comprendiendo, es vivir defendiendo la justicia, es vivir en el amor, es vivir con la pasión de llevar al mundo entero la Buena Nueva de la fe en Jesucristo.
El encargo de la misión nace de la experiencia del resucitado, se sostiene en el don del Espíritu Santo, es acompañado de comenzar a vivir ya como resucitados, y sobre todo, es el envío a llevar al mundo entero la alegre noticia de que los hombres y mujeres de este mundo ya están resucitados.