Yo soy el buen pastor - Cuarto Domingo de Pascua
Las lecturas de este IV Domingo de Pascua nos invitan a mirar a Jesús, el buen Pastor, para que al mismo tiempo seamos pastores en los rediles que tenemos y también ovejas frente a nuestro Dios y Señor. Jesús se llama así mismo como “el buen pastor” y justifica lo dicho con su vida y con sus actos. Tomando como modelo la esta imagen del pastor, vamos a reflexionar sobre cuatro características que tienen los pastores.
“El buen pastor da la vida por sus ovejas, el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Solo es capaz de dar la vida aquel que ama inmensamente al otro y que verdaderamente le importa el otro. Este amor está libre de interés, libre del deseo de poseer al otro, de encarcelarlo. Muchas de nuestras relaciones fracasan hoy en día porque no amamos a las personas como Jesús nos ama, muchas veces buscamos el interés, buscamos la satisfacción, la comprensión, huir de la soledad. Este tipo de amor es un amor dañino, convierte al otro en objeto y elemento secundario, en un supermercado donde puedo comprar y satisfacerme con aquello que necesito.
“El buen pastor: conoce sus ovejas y es reconocido por ellas, de la misma manera que Jesús conoce al Padre”. Hago notar algo muy interesante. Amar es un acto que viene antes de conocer. Ya lo habíamos dicho antes, pero conviene reforzar la idea: el amor que estamos llamados a practicar es un amor pleno, sin límites ni interés. ¿Cuántas parejas hoy se separan diciendo: éste con quien convivo hoy no es el mismo que conocí unos años antes? Entonces, “si hubiese conocido mejor a este, no me había casado con él”. Estas relaciones son demasiado superficiales y los que piensan así, en general lo que quieren es controlar al otro, ejercer algún tipo de dominación y control. Estamos invitados a conocer al otro de la misma manera que Jesús conoce a Dios, es decir, conocer por el amor. Es amando a uno que obtendremos el conocimiento más fiel y verdadero. No son pocas las veces que los evangelistas nos relatan los momentos de intimidad que Jesús tenía con Dios. El amor es la única y verdadera llave que puede abrir el corazón del otro para que el otro se revele de manera plena y verdadera, pues amor y verdad caminan juntos.
“El buen pastor es un misionero”. Hay un dicho que dice: “en el corazón de una madre, siempre hay espacio para uno más”, así es el corazón de Dios. Dios se preocupa por aquellos que oyen y siguen a los falsos pastores, aquellos que solo quieren sacar provecho de los más humildes. Por eso el buen pastor no solo conserva espacio en su corazón y en su mente para amar y pensar en aquel que está lejos, sino que también conserva fuerzas para ir adonde están las ovejas y llevarlas a la comunión; el buen pastor quiere cuidarlas, protegerlas.
Creo que, llegado a este punto, ya tenemos claro que la gran lección que hemos sacado es que el amor es el motor, medio y finalidad de todo; pero tenemos que estar atentos para saber donde fundamentamos ese amor. Por eso, “el buen pastor entrega su vida para poder recuperarla. Nadie se la quita, sino que él la entrega libremente”. ¡Libertad! No tenemos que amar porque no los dice la Iglesia, nuestros padres, nuestras conveniencias; tenemos que amar porque en nosotros hay la convicción plena de que esto es lo mejor, lo más noble y más digno que puede hacer el ser humano; amar es un acto humano-divino por antonomasia. Toda nuestra vida tiene sentido porque Dios nos amó por primero, nuestra historia es la historia de amor de Dios por nosotros. Amar es el acto humano que más nos asemeja a Dios. De esta manera, Jesús nos revela los tres rostros del amor: la entrega, la verdad y la libertad.
¿En qué nivel está nuestro interés por el otro? ¿Lo reconozco como alguien, un ser humano o como un objeto, una cosa para que lo descarte, le haga daño? ¿Quiero conocer con la razón al otro para poder controlarlo, chantajearlo? ¿En qué medida soy misionero llevando al otro la buena nueva del evangelio, la alegría del resucitado?
Pidamos a Dios que nos ayude cada vez más a amarnos y a entregarnos como Jesús nos ama y se entrega por nosotros.