"Conviertete en lo que eres" - Sobre la etapa del Estudiantado

"Conviertete en lo que eres" - Sobre la etapa del Estudiantado

Fr. Francisco Rodríguez Fassio
Fr. Francisco Rodríguez Fassio
Convento de Sto. Domingo (Scala Coeli), Córdoba

Después de las etapas del prenoviciado y del noviciado, y tras la profesión simple de los votos de obediencia, pobreza y castidad, por un tiempo determinado, el fraile entra en una larga etapa, de seis a nueve años, cuya palabra clave, que encierra todo su sentido y objetivos es la de “consolidación”.

En efecto, en las etapas anteriores, la persona que se siente llamada a ser fraile de la Orden de Predicadores, ha comprobado su idoneidad básica (física, psíquica y espiritual) y ha conocido el carisma de Domingo. Se ha comprometido con este modo de vida mediante la profesión, y ahora comienza esa dura pero apasionante tarea de “hacer verdad” lo que sueña y busca. Ha intuido que su identidad es la de ser hermano predicador y emprende la tarea de vivir lo profesado. Esa existencia diaria será el “material” de trabajo propio y de la Comunidad Formadora: vida discernida personal y comunitariamente para llegar a convertirse en lo que se es, y para mostrar esa identidad profunda.

retiro estudiante novicio

Otra palabra clave de este momento es la de “circularidad”. La vocación dominicana consta de una serie de elementos definitorios. Tales elementos no pueden vivirse en paralelo o escogiendo uno en detrimentos de los otros según los gustos o caprichos personales o del momento. Por el contrario, como dice nuestra Constitución Fundamental: “Y puesto que nos hacemos partícipes de la misión de los Apóstoles, imitamos también su vida según el modo ideado por Santo Domingo, manteniéndonos unánimes en la vida común, fieles a la profesión de los consejos evangélicos, fervorosos en la celebración de la liturgia, principalmente de la eucaristía y del oficio divino, y en la oración, asiduos en el estudio, perseverantes en la observancia regular. Todas estas cosas no sólo contribuyen a la gloria de Dios y a nuestra propia santificación, sino que sirven también directamente a la salvación de los hombres, puesto que conjuntamente preparan e impulsan la predicación, la informan y, a su vez, son informadas por ella. Estos elementos, sólidamente trabados entre sí, equilibrados armoniosamente y fecundándose los unos a los otros, constituyen en su síntesis la vida propia de la Orden: una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza deben emanar de la abundancia de la contemplación”. (L.C.O. IV).

El objetivo del estudiantado es la consolidación

La tercera palabra clave es “acompañamiento”. La formación en la vida dominicana es un camino que tiene distintos protagonistas, todos necesarios. El más importante es Dios mismo, que llama al estudiante a una vida y misión de predicador al estilo de Domingo, compartiendo las de Cristo, como decía Santa Catalina. Después, la misma persona del profeso que tiene que responder en autenticidad y profundidad a esta llamada. Él es responsable de su vocación: de discernirla, de vivirla diariamente en todos los aspectos, de ser discípulo, de dejarse acompañar y corregir. También están el maestro y los otros formadores que le acompañan, le aconsejan, le confrontan con su realidad, sus actitudes y sus comportamientos, le animan, le sostienen en las dificultades… Los formadores son como unos entrenadores deportivos que buscan desarrollar las mejores cualidades de cada jugador y de crear espíritu de equipo. Además, los formadores, son los encargados por la Orden para evaluar si el hermano que aún está en formación inicial, tiene las características propias de fraile predicador y, por lo tanto, de emitir su profesión solemne.

El estudiantado, por todo ello, es un tiempo en que el estudio de la filosofía, la teología y otras materias, van alimentando el gusto por la verdad de Dios y del hombre; años de convivencia diaria con el Señor y los hermanos, unas veces fácil y otras complicada o directamente difícil; de inicio de la experiencia pastoral para poder actuar como Jesús, Aquel que “vivió para Dios, desviviéndose por los demás”; años de conocimiento profundo del propio misterio personal, de sus dones, límites y vulnerabilidades.

Alguien ha definido esta etapa como “la de las crisis”. Y ello es lógico: crisis de la fe vivida a cuerpo descubierto “hablando con Dios o de Dios” como Domingo; crisis del choque entre el ideal (nunca abandonado) y la realidad (nunca evitada); crisis entre la fidelidad a la propia vocación y las llamadas y atractivos de otros modos posibles y buenos de vivir: matrimonio, familia, profesión civil, influencia social, vida privada, etc., etc. También el cansancio y el ser siempre discípulo, del Evangelio, de los hermanos, de la vida.

Estudiantado 2

Pero, junto con ello, y gracias a ello, el gozo de conocerse y reconocerse en profundidad, de desarrollar la autenticidad, la libertad disponible, la madurez afectiva gracias a los votos; la experiencia orante y contemplativa del Misterio, el cuidado recíproco, la urgencia de la misión, de la Palabra salvadora que debe ser dicha con la voz y el ejemplo, la presencia constante, unas veces gozosa, otras luminosa, otras dolorosa y siempre gloriosa del Resucitado y de su Espíritu. En definitiva, una vida apasionada y apasionante.

Al final de esta etapa, el estudiante profeso temporal, se enfrenta a la decisión más trascendental de su vida: profesar solemne. Poder decir a Dios “yo prometo obediencia hasta la muerte”, en medio de la Iglesia, en las manos de sus hermanos y para bien de todos. Llega realista y humilde. Humilde porque ha asumido su propia realidad entera (“la humildad es la verdad” decía Santa Teresa): ni se horroriza de sus abismos, ni se envanece de sus cumbres. Realista, porque cuenta con Dios y su ayuda, habiendo comprobado ya en cierta medida lo que atestiguaron los profetas: que el que nos ha llamado es fiel y no nos abandonará jamás.

Así podrá salir, sencillo, disponible y preparado, a formar parte de otra comunidad predicadora, como hombre maduro para anunciar el Evangelio en una tarea de conversión personal que nunca dice ni basta, ni fin.