Beato Jordán de Sajonia
Reconocer la propia vocación.
Cuenta el propio Jordán de Sajonia que cuando conoció a Santo Domingo no descubrió una llamada extraña o una vocación ajena a lo que él mismo había buscado hasta entonces. Más bien le pareció reconocer la forma de vida a la que desde hacía tiempo se sentía llamado, incluso antes de conocer a los frailes, aunque no supo comprender bien aquel misterioso anhelo hasta que se encontró con Domingo de Guzmán. Así es casi siempre el descubrimiento de la propia vocación: en un determinado momento, uno descubre, por fin, el camino concreto que se le abre y que desde tiempo antes anhelaba en su corazón. La vocación es hacer este camino: es un llegar a ser, llegar a formarse o encajar en uno mismo. Es dejar que crezca poco a poco aquello que uno está llamado a ser. A menudo, para que esto sea posible, uno necesita ver en otra persona o grupo de personas la realización de la forma de vida que anhela de un modo impreciso o difuso para sí mismo. Pero, en definitiva, cada cual tiene que hacer su proceso personal de descubrimiento y desarrollar su propia trayectoria vocacional. Pronto se unió el joven Jordán al grupo primero de frailes predicadores. Para él, Santo Domingo era modelo, maestro y amigo. Para nosotros, el descubrimiento y la historia de la vocación de Jordán de Sajonia es todo un modelo y ejemplo luminoso de lo que es ser fraile dominico.
Vivir la vocación.
Jordán nace hacia 1185, cerca de Dassel, en la región alemana de Westfalia (Prusia), de ahí su nombre de origen: de Sajonia. Es unos 10 ó 15 años más joven que Santo Domingo. Provenía de una familia noble, por lo que estudia artes liberales y teología en la Universidad de París. Cuando ya es profesor, en 1219, conoce a Domingo, con quien se confiesa y a quien pide consejo. También trató con el beato Reginaldo de Orleáns, que ya por entonces era un fraile prestigioso por su magisterio. Después de ser ordenado sacerdote, entra en la Orden, en el convento de Santiago de París, el 12 de febrero de 1220. A los pocos días de vestir el hábito dominicano hizo su profesión en manos de fray Reginaldo. Después de la muerte de éste, Jordán resultará un valioso sustituto. Asiste al primer capítulo general de la Orden en Bolonia en 1220. En el segundo capítulo, de 1221, fray Jordán es nombrado primer provincial de la provincia de Lombardía. Después de la muerte de Santo Domingo, en el capítulo de 1222, fray Jordán es elegido Maestro de la Orden para suceder al fundador. En algún momento comentará con humildad y sentido del humor: Cuando todavía no había aprendido a gobernarme bien a mí mismo, me eligieron para gobernar a la Orden.
La actividad y eficacia de Jordán fueron enormes. De 1222 y 1228 se mueve entre Paris y Bolonia, animando los capítulos generales que se celebraban anualmente. Sus viajes son continuos. En 1230 está en Oxford, donde atrajo a numerosos estudiantes a la Orden, y donde predicó alguno de los Sermones que se conservan. Contribuye a formular el primer plan de formación para los estudiantes dominicos en el capítulo de 1232. Asistió, la noche del 23 al 24 de mayo de 1233, al traslado del cuerpo de Santo Domingo a un sepulcro de mármol en Bolonia, para que tuviera la debida veneración. Será feliz con la canonización del fundador de la Orden en 1234, a quien siempre admiró e imitó. En 1236 viaja a Tierra Santa para visitar los conventos de la zona. A su regreso, el 13 de febrero de 1237, sufre un naufragio, en el que muere junto con su amanuense y secretario fray Gerardo y otro fraile.
Jordán de Sajonia fue un entusiasta predicador, que contagiaba pasión por el anuncio del Evangelio, sobre todo entre los jóvenes. Predicó con su vida y su palabra, con sus sermones y sus escritos. Destacó por su amplia correspondencia, especialmente con las monjas dominicas, sus escritos a los frailes y su obra sobre los orígenes de la Orden de los Frailes Predicadores.
Dignísimo sucesor del bienaventurado Domingo.
Dignísimo sucesor le llama fray Gerardo de Frachet a Jordán en su obra: Vida de los frailes. Y añade: Fue como espejo de toda santidad y modelo acabado de todas las virtudes, como hombre que conservó intacta la pureza de su cuerpo y de su alma. A pesar de su corto recorrido en la Orden y de la orfandad sentida por la muerte de Domingo y de Reginaldo, nada echará para atrás a un hombre de ilusión como el Maestro Jordán.
Ante todo fue un Maestro espiritual. Sus escritos están llenos de referencias bíblicas, y su estilo de escritura es elegante y preciso. Sus sermones debieron de arrastrar a muchos jóvenes deseosos de encontrar palabras de gracia y verdad, pronunciadas con el entusiasmo contagioso de quien así lo vivía. Fue un maestro a la hora de tratar a los frailes con delicadeza y fraternidad, sabiendo corregir con piedad y misericordia. Se le acusó en algún capítulo de culpas precisamente de excesiva misericordia con los pobres, a los que repetidamente daba su túnica. Su gran calidad humana se muestra en la amistad que mantenía con los frailes y las monjas, en su gran capacidad de acogida a los jóvenes que se acercaban a la Orden y en la atención a los frailes enfermos. Ejerció el gobierno de la Orden con prudente equilibrio, capacidad de integración y de suscitar ilusión, con enorme dedicación y trabajo para extender la Orden a nuevos lugares.
En un determinado momento, uno descubre el camino concreto que se le abre y que desde tiempo antes anhelaba en su corazón.
Fraile de ilusión y Patrono de las vocaciones dominicanas
Solamente una persona de inquebrantable ilusión podía ser el patrono de las vocaciones dominicanas. Nuestra primera tarea espiritual es luchar contra la desilusión en la consecución de la vocación. Jordán no dejó que las dificultades ahogasen su vocación. En la entrega incondicional a lo que estaba llamado a ser floreció plenamente su vida. Su ilusión –como toda auténtica ilusión que merezca la pena- fue contagiosa. Pero ninguna ilusión vocacional puede mantenerse viva si no es en el fuego de la oración y si no se comparte amistosamente con los hermanos igualmente llamados.
¿Qué fue lo que tantos jóvenes vieron en Jordán para sentir que ellos también estaban llamados a esa forma de vida? Su autenticidad en el amor a la verdad; su pasión por anunciar la Buena Noticia de Jesucristo; su ejemplo de trabajo en el estudio y la predicación; su corazón misericordioso y compasivo; y, sobre todo, su ilusión por vivir con los hermanos sueños de predicación que parecían imposibles… Esto mismo es lo que el propio Jordán descubrió en Santo Domingo, cuando comprendió que la forma de vida dominicana era la gracia que anhelaba y lo que verdaderamente estaba llamado a ser. Entonces se dio lo que por gracia les ocurre a algunas personas verdaderamente afortunadas y en donde tal vez resida el secreto del éxito de la existencia humana: su vida coincidió con su vocación.