El Beato Manés. La discreción impagable
¿De qué roca hemos sido tallados? Nuestra respuesta directa: de Domingo de Guzmán. ¿Quién podría dudarlo? Y, sin embargo… ¿Es así? ¿Tan cierto, tan incierto? ¿De verdad, lo sabemos? ¿De quién es la obra, del arquitecto, del albañil? Cuantas veces recordamos al que se atribuye una obra, catedral, castillo o palacio y olvidamos a los miles de trabajadores, algunos muertos a pie de obra. Deseo que no corra algo así con Manés, hermano de santo Domingo. Como tantos y tantos rostros sin nombre, anónimos, casi escondidos, entregados, que han hecho posible la obra de nuestra Orden.
Todos coinciden: un hombre discreto, callado. Apenas unas indicaciones en nuestras fuentes históricas. Manés, segundo hijo de los Guzmanes, mayor que Domingo. Abrazó, probablemente, el hábito del Cister.
Lo encontramos con Domingo en el Languedoc en la segunda década del s. XIII. Y, no lo dejemos caer, es enviado junto con otros frailes a Paris ( entre ellos Miguel de Fabra, fundador del Convento de Predicadores al que pertenezco). Allí ponen los cimientos del gran convento de Saint Jacques. A los dos años, Domingo le envía a Madrid para hacerse cargo del cuidado de las dominicas contemplativas. Permanecería catorce años.
Un hombre que cuida la vida de dentro y en Dios, sabe qué se espera de él y qué debe hacer. Esta búsqueda del silencio, de la vida en el Espíritu, seguro, seguro, que la compartió con sus hermanas dominicas. Las hermanas, núcleo espiritual de la Orden, sin las que nuestra dedicación sería baldía.
Manés, un hombre que está presente. Cerca de su hermano Domingo en la fundación y en la primera expansión de la Orden. Alguien presente que sabe retirarse y regresar a su vocación primera. No necesita ninguna medalla ni ningún título. Sólo Dios basta. Y una llamada a nuestras raíces en todos sus componentes nutrientes. Sin excluir ni minimizar.
Guardó su vinculación con su tierra natal, Caleruega, y murió en el Monasterio de Gumiel, probablemente, habiendo retornado al Cister.
¿Qué decir de Manés? Nuestras fuentes históricas primitivas nos dejan algunos trazos tan rápidos como significativos. Un hombre intensamente contemplativo, un hombre ardiente predicador. ¿No es el signo del seguidor de Domingo? Sin embargo, hay más. Mucho más. Nos describen de él ciertos rasgos que ya quisiera para mí: suave de carácter, hombre afable, cargado de benignidad, . Jovial, no lo olvidemos. ¿Quién de nosotros no desea hermanos así en la propia comunidad?
Cuantos hermanos y hermanas dominicos viven calladamente el Evangelio en las cuatro esquinas del mundo. Aparecer… ¿Hay que aparecer? ¿No nos imponen hoy la fuerza de la imagen, la única que hace existir? ¿Será existir es ser visible y aparente, tener nombre y éxito? Dios es otra cosa. Gracias a Dios. Quisiera unos cuantos miles de Manés en esta Orden que tanto amo.