La vocación de Domingo de Guzmán
Eso de la vocación
La vocación suena siempre a algo de carácter religioso: vocación se tiene para ser sacerdote, religioso, religiosa. El Concilio Vaticano II, en su documento Gaudium et Spes, sin embargo, habla mucho de la vocación del ser humano. En otro documento conciliar, Lumen Gentium, se habla de la vocación universal a la santidad. Vocación es llamada, y llamada de Dios. No se entiende que Dios llame a ser veterinario o economista o ingeniero, por lo que no se habla normalmente de vocación a esas profesiones. Sin embargo, lo justo sería que toda profesión resultase de una vocación.
La vocación de Domingo de Guzmán
Domingo sintió la vocación religiosa ya en su adolescencia, por lo que dicen los primeros biógrafos. Pronto, con el apoyo de sus padres, su vida se ordenó hacia la vida clerical. Se preparó bien para el ministerio sacerdotal con sus estudios en el Estudio General de Palencia. Pero no se vio de párroco, sino que se inclinó hacia la vida regular, o sea, la de religioso. Decidió hacerse canónigo regular. Decisión que toma como respuesta también a una vocación. La vida religiosa, la vida de comunidad le atraía. El servicio a Dios como canónigo entraba en su espiritualidad.
No fue esa, sin embargo la vocación definitiva. La experiencia de seres humanos, el contacto con la realidad social de hombres y mujeres de su tiempo, fuera de su lugar castellano, en el Mediodía francés, fue la circunstancia en que Dios le puso para despertar su vocación más auténtica, la de la compasión y la predicación. Es decir: la de sintonizar, sentir con hombres y mujeres desasistidos o en el camino del error; y apostar por sacarles de esas situaciones. Lo que no hizo la oración del canónigo regular, lo hizo la experiencia humana. ¡Cuidado!, si no hubiera previamente oración, la experiencia humana no hubiera transformado su vida.
Su vocación lo es al servicio de la Palabra y de la misericordia. Se encuentra con herejes, con una visión dura, estricta de la existencia humana que se deriva del maniqueísmo. Consideraban perverso, todo lo que “el cuerpo pide”, exigiendo renuncia a lo tocado de materialidad o carnalidad. Olvidan que el mismo Dios se ha hecho carne. Estos herejes vivían de manera sencilla, pobre. Eran hombres y mujeres que no sabían nada de gracia, sino del esfuerzo ascético de la renuncia. Él podía hablar de renuncia, empezando por la de su “canonjía” en Osma; pero sabía que los llamados, vocacionados, dejaban realidades válidas, para elegir lo que para ellos era la “mejor parte”. La vocación no se basa en decir no, sino en decir sí. Que implicará, sin duda, decir no a lo que no se concilia con esa vocación. La vocación es siempre gracia, no sacrificio. Se es religioso porque a uno le gusta, no para sacrificar su vida por un alto ideal.
Vocación la de Domingo que se cifra en el compromiso en predicar la Palabra del evangelio a partir de vivir como lo exige el Evangelio. Vir evangelicus, se dice de él, varón que vive el Evangelio. Su vocación surge, no de una iluminación de Dios, como la que tuvo Pablo, sino de una experiencia de los seres humanos pobres y equivocados, que viven situación de persecución y de guerra. Algo habría que hacer por ellos. Ante todo presentarse de modo sencillo que habilite el diálogo. Ellos rechazaban una Iglesia de poderosos, de jerarcas militares, de pompa y artífico. Se debe ser pobre con los pobres, pero no errar con los que erraban. Por eso une a la pobreza la predicación. Hace de su vida un ejercicio de predicación de la verdad del Evangelio. Esa es su vocación. Por eso fundó los Frailes Predicadores.