Santa Catalina de Siena
Soy Catalina de Siena
Ignoro si este nombre tiene eco en tu vida. Si significa algo. Perdona el atrevimiento de presentarme e introducirme en tus caminos y esperanzas sin pedirte permiso. Quiero acercarme a tí con sencillez para hacer un trozo del camino juntos. ¿Puedo? Ambos coincidimos en algo: en nuestra juventud y en nuestras inquietudes por un mundo más humano, más bello, más justo. Cada uno en el contexto histórico que le toca vivir. El mío fue el siglo XIV. El tuyo, el siglo XXI. La distancia cronológica no importa, sino las actitudes y compromisos que asumimos en nuestro caminar.
¿Mi fuerza? la pasión de Cristo, su amor por la humanidad, su entrega total.
El siglo XIV fue una época difícil, muy difícil. Un período de enfrentamientos y divisiones en el plano político. Ciudades italianas enfrentadas entre sí, poseías de ambiciones por conquistar el poder político y económico. Hoy, tal vez, no sean las ciudades, pero sí las ideologías y los partidos políticos los que se enfrentan para dominar, sin servir, a los pueblos. En el terreno eclesial fueron los tiempos del gran cisma de Occidente con tres papas en la cátedra de Pedro. De nuevo la ambición y las rivalidades, fundadas en intereses lejanos a la frescura del Evangelio. El obispo de Roma había abandonado su sede romana y se encontraba en Avignon. La vida religiosa flaqueaba pues las sombras de la relajación evangélica cubrían sus vidas. Este es, a grandes rasgos, el panorama histórico donde me tocó vivir. Un impulso interior, más fuerte que yo, me lanzaba a ser levadura en esta masa histórica, a ser luz en medio de tanta oscuridad, a ser sal en una carne social y eclesial sin sazón humana ni evangélica.
¿Qué hacer? ¿Qué aportar? ¿Qué caminos transitar?
Tres obstáculos se cernían sobre mi persona: mi juventud (me visitó la hermana muerte a los 33 años), mi condición de mujer en un mundo marcado por el aburrimiento masculino, y, sobre todo, mi carencia de estudios. Nunca supe leer ni escribir. Sí, era analfabeta. Y con todo, la Iglesia me ha proclamado doctora (1970). Ignoro tu situación personal: tu historia, tus luchas, tus ilusiones, tus proyectos. Sin duda los tendrás. Y de nuevo te pido permiso para estar contigo y contarte mi experiencia. ¿Qué hacer cuando los tiempos no nos sonríen? ¿Cuándo la realidad no sintoniza con nuestros sueños? ¿Qué actitudes tomar? ¿Que caminos recorrer?
La huída, es decir, desentenderse. No complicarse en los acontecimientos de la historia y de la vida. No mojarse, decís hoy. Tal vez era y es la actitud más fácil o más cómoda. Yo podría haber entrada en el claustro y dedicarme, sin más compromisos, a la belleza de la contemplación, al magisterio del silencio y a la soledad serena de quien solo mira para sí. No fue ésta mi elección. No fui monja de clausura. Ni siquiera religiosa. Entré en la fraternidad de las dominicas seglares sin cerrar las puertas del compromiso activo y profético. Todo lo contrario. La escuela de Santo Domingo de Guzmán me abrió grandes horizontes para la acción. Me lanzó a viajar por muchos lugares, a entrevistarme con personas con grandes responsabilidades políticas y eclesiales, a escribir cartas denunciando y amando…. Bueno, yo dictaba y otros me escribían. No pasé de largo ante las posibilidades abiertas en pro de una Iglesia más evangélica y en favor de la paz y reconciliación de los pueblos. No fue tarea fácil. Ni bien interpretada. Ni bien acogida. Muchos sospecharon de mí. Pero fueron más fuertes mis convicciones y mi esperanza. ¿Mi fuerza? Tal vez te extrañes pero quiero decírtelo: la pasión de Cristo, su amor por la humanidad, su entrega total por un mundo más solidario y menos ambicioso. Si queremos transformar el mundo hemos de tomar la cruz. Yo, fue una gracia, recibí los estigmas de Jesucristo.
La mirada desde lejos sin implicarse. “Subirse al balcón”. Así lo llama hoy el Papa Francisco: “balconear”. Una mirada lejana que nos conduce a las críticas frívolas, a los comentarios negativos, a la insatisfacción de aquello que observamos porque no nos convence. Esto es mirar desde lejos la realidad histórica y social, sin aportar nada positivo. No nos sentimos responsables de lo que ocurre. Y, por lo tanto, no nos implicamos. Desde el respeto tuve la osadía de denunciar comportamientos de Cardenales y Obispos, me atreví a exigirle al Papa que abandonase Avignon y volviese a su sede romana, exhorté a las órdenes religiosas a volver a la frescura del Evangelio, critiqué con fuerza los abusos del poder político….. ¿Cómo una mujer de unos 24 años se atrevía a reclamar una reforma eclesial y social? ¿Cómo osaba indicar a grandes mandatarios el camino a seguir? Puedes observar que no me dediqué a “balconear”, es decir, a ver pasar la procesión de los acontecimientos históricos desde la seguridad de un balcón. ¿Cómo van las cosas en tu siglo XXI? Te invito a bajar del balcón, a meterte en la procesión y así ver desde cerca. El Dios que acompaña la historia de los hombres y mujeres te dará luz y coraje. A mí, una analfabeta, me lo dio.
Un impulso interior me lanzaba a ser levadura, a ser luz , a ser sal.
Llamados a ser levadura y sal. Si la levadura no se mete en la masa ésta no fermenta. Si la sal no se introduce en la carne ésta no sazona. Pero ello exige una condición: la levadura y la sal están pero no se ven, se notan pero se ocultan. Sin duda alguna, tu rebeldía juvenil ante las sombras que ves en la Iglesia y en la sociedad motivarán en ti el desconcierto o la crítica. También me ocurrió a mí. Pero, ¿basta con eso? Dicté y envíe 375 cartas, dicté mis diálogos íntimos con Dios, dicté mis oraciones. Fue una forma de ser levadura. Me hice presente en conflictos sociales y eclesiales para aportar caminos de reconciliación. Fue otra forma de ser levadura. Me impliqué en cuestiones muy delicadas como la reforma de la Iglesia. Así fui sal. Tuve la osadía de corregir abusos y corrupciones. Así sazoné la Iglesia y la sociedad. Todo ello desde la pequeñez y la humildad de una joven mujer. Fue mi modo de fermentar sin ser vista, fue mi modo de sazonar sin ser notada. La historia se ha encargado después de ponerme en un pedestal. No lo pretendí ni lo busqué. ¿Y tú? Nunca le tuve miedo a la verdad, ni me aparte de la caridad. Este es el secreto por si algún día, en algún momento de tu peregrinación, te decides tú a ser levadura y sal en tu iglesia y en tu sociedad. Tal vez no escribas nada; tal vez no te encuentres con personajes importantes; tal vez nunca veas al Papa; tal vez no inicies ninguna reforma, pero estés donde estés y con quien estés nunca te apartes de la verdad y del amor. Son la llave que hace posible todo lo bueno. No es un consejo sino una palabra de esperanza pronunciada desde mi experiencia.
Ha llegado el momento de despedirnos. No conozco tu nombre, ni sé la cara que pondrás al leer estos trazos de mi personalidad. Pero cuenta con mi aprecio y amistad. Gracias por permitirme acercarme a tu vida. Gracias por el rato que hemos pasado juntos.
Yo, Catalina de Siena, hija de Santo Domingo de Guzmán, te quiero y te bendigo.