Difuntos, santos y disfraces
A veces, se me viene la confusión del día de los difuntos, de los santos y, de paso, si algo tiene que ver con Halloween. Porque, si el tema son los muertos, desde el 31 de octubre ya parece que «andan sueltos». Y, claro, comienza la temporada de las discusiones acerca del origen pagano de las fiestas, de la comercialización de una fecha, pero también de tradiciones centenarias de flores, fotos y visitas a cementerios. Por ello, vamos con una pregunta importante: ¿En la Iglesia qué es lo que celebramos en estas fechas cercanas? Vayamos día a día.
El 1 de noviembre es la solemnidad de Todos los Santos, es decir, un día en que recordamos nuestra llamada a vivir en santidad, sobre todo teniendo en cuenta a aquellos que ya han logrado vivirla de manera especial.
El día siguiente, 2 de noviembre, hacemos memoria de los Fieles Difuntos: conmemoramos a quienes nos precedieron en el abrazo amoroso de Dios Padre. Seguramente, algún ser querido ya se nos ha adelantado…
Y, bueno, el 31 de octubre, que algunos conocemos como noche de Halloween, con la Iglesia no tiene nada que ver… Realmente viene de la celebración del fin de año por parte de los celtas, que creían que los muertos «se mezclaban con los vivos» en esa fecha, y para evitar que entraran en las casas se los distraía con dulces o disfraces.
A todo esto, creo que es importante acentuar, más que las tradiciones, el sentido de cada una. Muy bonitos nos pueden parecer los colores y las Catrinas (calaveras alegres), pero es todavía mejor cuando reflexionamos sobre el valor de la vida, apreciamos el valor de los seres queridos y, más aún, imitamos las virtudes de quienes viven dentro de nosotros con sus enseñanzas y vida compartida. Sabiendo esto, ojalá en estos días no busquemos ocultarnos detrás de disfraces por querer ser (aunque sea por un día) quienes no somos, sino que atendamos a nuestra vocación de trascender hacia el amor que ha vencido la muerte: una vida en santidad.