El que espera ¿desespera?

El que espera ¿desespera?

Fr. Ariel Herrera Borges
Fr. Ariel Herrera Borges
Convento de Nuestra Señora de Atocha, Madrid

Nuestra vida está llena de «esperas»: estamos acostumbrados a esperar. Esperamos obtener una promoción, adquirir el último artilugio del mercado, que mejore la situación económica, que los tiempos nos sean favorables, ganar la lotería… En fin, esperamos lo que ha de llegar o suceder, y esperamos que no suceda lo que tememos. En estas esperas cotidianas corremos el peligro de vivir en el futuro (lo que deseo obtener o evitar) o de quedarnos en el pasado (lo que espero que no vuelva a suceder). En estas esperas, el refrán que da título a esta reflexión se puede cumplir: puedo desesperar; y puede sucederme porque cada espera esté marcada por la incertidumbre, por la probabilidad de que no ocurra jamás.

Llegados a este punto, podríamos preguntarnos por nuestras esperas: si ellas son excusas e impedimentos para la acción. Porque haya supeditado mi actuar a que se den esas condiciones, que considero necesarias, entonces esté perdiendo el hoy, sumiéndome en la inactividad y la postergación. Pero si la espera me incentiva a actuar, a poner los medios y empeñarme en su consecución, entonces puede ser una espera productiva, que me impele a comprometerme.

Belén

De espera también nos habla este tiempo de Adviento: nos habla de una espera diferente, porque está marcada por la certeza de que el esperado sigue viniendo, sigue haciéndose presente, sigue queriendo poner su morada entre nosotros (Jn 1,14). Sin embargo, a pesar de que las lecturas bíblicas, la liturgia toda nos habla de espera inminente, de nuevos tiempos, de conversión… Pareciera que uno y otro año quedamos igual, que esta espera no provoca en nosotros cambio alguno: siquiera la urgencia y el estado de alerta del que avizora la llegada…

Si es así, cabría preguntarnos: ¿abro mi corazón para seguir acogiendo a quien viene constantemente a mi vida?, ¿estoy dispuesto a descubrir qué debe ser cambiado en mi vida y vivir la aventura del cambio?, ¿estoy «tan acostumbrado y cómodo» que ya no me dejo interpelar por la propuesta espiritual de este tiempo?, ¿soy consciente de que esta espera también tiene una dimensión comunitaria, de que aguardamos juntos, de que nos apoyamos y animamos en la esperanza cierta de su presencia constante en mí y en nosotros? Habíamos mencionado que esta espera es diferente, cierta, porque —no lo hemos dicho— el esperado ¡es Jesús! Y en él mismo está fundada la certeza de este encuentro.