El ser servicial
Desde mi ordenación diaconal han sido frecuentes las preguntas acerca de mi ministerio. Algunas eran sobre lo que dicho ministerio me capacitaba para hacer. La pregunta común en esta línea era: «Bueno, ¿y ahora qué puedes hacer?». Se referían sobre todo a nivel sacramental. Otros preguntaban directamente por qué había ya hecho dentro del ejercicio del ministerio: «¿Has casado ya a alguien?» o «¿Cuántos bautizos has hecho ya?». Incluso alguno me preguntaba por si realizaba alguna labor caritativa, de servicio, ya que lo propio del ministerio diaconal es el servicio.
Es verdad, como dicen los clásicos, que el ser se muestra en el hacer. En muchas ocasiones definimos lo que somos por lo que hacemos. También a nivel eclesial solemos definir un oficio o ministerio por lo que se hace. Sin embargo, que el ser se muestre en el hacer no significa que agote todo el ser, todo lo que uno es. A día de hoy no he celebrado ningún bautizo, ni bendecido ninguna unión matrimonial. Tampoco me he encontrado en la difícil situación de presidir unas exequias. Cosa que otros hermanos diáconos de mi curso han tenido que hacer. Incluso en circunstancias que dejan a uno sin palabras. Por cuestiones de horario académico y de comunidad, tampoco he podido realizar una pastoral caritativa. En definitiva, casi todo el ministerio que he ejercido ha sido en el ámbito litúrgico de la comunidad o en relación con el culto eucarístico, y en el campo ecuménico. Pero incluso estos momentos de «hacer» se han visto truncados por la situación que hemos vivido a nivel mundial.
La imposibilidad de mantener el ritmo de la vida comunitaria, por la situación de varios hermanos afectados por el COVID-19, junto con la vida litúrgica, nos brindó una oportunidad de aparcar el hacer y mirar hacia el interior, al ser. Me vino bien repasar los ejercicios para mi ordenación diaconal, en los que el sabio monje que me los dio me insistió en esa idea. Sobre todo me sirvió esta frase: «Ser diácono es significar a Cristo, a Cristo servidor». En definitiva, es recordarnos a todos los cristianos que la Iglesia tiene una dimensión diaconal, que está llamada a servir. A hacerse servidora, como Cristo en la última cena se hizo servidor de sus discípulos. Cuando no pude tanto hacer, sino ser, redescubrí la fortaleza del ministerio en la Iglesia. Curiosamente, haciendo menos es cuando más he sido.