"Encontrar felicidad en la voluntad de Dios"
En el recordatorio de la profesión solemne, en su cabecera escribí entonces, hace ya treinta y cuatro años, una frase del Salmo 15, que recitamos varias veces en la Liturgia de las Horas y en las Completas del jueves: "El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en su mano". Me gustó desde el principio y la coloque en el recordatorio más como deseo que como experiencia.
La Vida me ha ido demostrando que la elección de aquel versículo del Salmo fue acertada porque, con el paso de los años se ha ido acrecentando en mi corazón el sentimiento de mí suerte y se ha ido haciendo verdad aquella apreciación de Jesús no sois vosotros los que me habéis elegido a mí, soy yo quien os he elegido" (Jn 15, 16) La Orden me ha ido dando tanto y ha ido colocando en mis manos tantos dones que no me queda más que agradecer lo que desde aquel lejano 13 de septiembre de 1981 he ido recibiendo. De ello me gustaría hablaros porque vivir entre los Predicadores, para mí, ha sido una suerte más que un esfuerzo. Hice mi noviciado en Almagro (Ciudad Real), junto al sepulcro de nuestros mártires y tuve la dicha de convivir con dos testigos directos de su entrega y de su fidelidad. El P. Seco y el P. Plaza. Cada uno a su manera vivió aquella siembra de amor. Quizá de ellos recibí la primera lección que he procurado llevar adelante en mi Vida: donde estén los frailes es donde mejor puedo estar. Si se busca la felicidad por nuestra cuenta, desatándonos de ellos, se corre el riesgo de perder la presencia del Señor, que esta donde "donde dos o tres se reúnen en mi Nombre" (Mt. 18, 20)
Gracias a mi noviciado empecé a entender que soy fraile porque tengo hermanos frailes. Por los demás soy yo. Dios me ha ido llevando de la mano y aquella primera gracia ha llegado a su madurez. Después de unos años el Señor me ha regalado la suerte de vivir junto a otros hermanos, estos mayores y enfermos, en esta Casa acondicionada para ellos, que me han ido enseñando la razón última de nuestra Vida común y porque no somos sin los demás. Nuestros mayores, antes que otra cosa, son el testimonio de que nuestra vida vale, si pensamos más en común que en particular, como es nuestra democracia en la Orden. Ellos me han enseñado que la vocación no es buscar el lugar que más se adapte a mis capacidades y a mis cualidades, sino que la vocación la maneja Dios mismo que nos va situando a cada uno en donde más falta le hacemos. Somos por Él con los otros. Es Él quien nos elige y nos lleva.
Es admirable oírles contar a cada uno de ellos este rondo último de sus vidas. Así hasta el final. Lo que Dios quiera de mi eso quiero querer yo y hay en ellos otra lección no menos importante. Al final de la vida casi que lo único que queda es el amor con el que se haya vivido. La pasión en la entrega en cada uno de aquellos lugares y de aquellos servicios que se nos hayan encomendado es lo que califica nuestros actos. La calidad de la Vida tiene mucho que ver con el amor que se ha puesto en lo que hemos realizado. No vale hacer cualquier cosa si no se le pone amor. Quizá por eso disfruto alrededor de ellos como si fueran aquellos frailes de mi noviciado, porque al final de sus jornadas les veo felices y os aseguro que lo son porque han vivido desde el amor y para el Amor, que es expresión de Santa Catalina, nuestra mayor hermana. Así pues, si volviera a escribir el encabezamiento de otro recordatorio, que no sé si llegara sin dudarlo un instante, escribiría la misma frase del Salmo 15, pero la completaría: "El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte Esta en su mano. Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta mi heredad".