Santo Domingo en imágenes
Existe en Inglaterra —y pienso que en todas las comunidades de la Orden— una cierta tradición, señal de fraternidad entre los frailes dominicos y los franciscanos. Cada año, los dominicos invitan a un franciscano para que predique en la fiesta de santo Domingo y, a la inversa, en la fiesta de san Francisco está presente un dominico. Nosotros solemos bromear diciendo: «Cada año, se oyen dos sermones sobre san Francisco».
La verdad es que santo Domingo es un personaje poco conocido. Aun detalles como el de su apellido, Guzmán, han sido sometidos al escepticismo de los historiadores. No obstante, la Orden ha recordado a santo Domingo durante todo el transcurso de su existencia por medio de historias y representaciones artísticas. Podríamos decir que Domingo ha estado presente tanto en las leyendas de los frailes que peregrinan aún en la tierra como en las oraciones del santo para con nosotros desde el cielo. Me gustaría compartir unas representaciones de santo Domingo que me han llamado la atención durante mi vida en la Orden, sorprendiéndome y animándome.
Santo Domingo, predicador de la bondad
La primera misión de santo Domingo fue dirigida contra la herejía de los albigenses, en el sur de Francia. Los albigenses, efectivamente, negaban la bondad de la materia: este mundo, según ellos, es la creación de un demonio o un dios malvado; el cuerpo es la prisión del alma, y la meta de esta vida, desembarazarnos de esa prisión mediante un ascetismo extremo.
En contraste, santo Domingo afirmó la bondad del cuerpo y del mundo material. La serie de imágenes asociada con los nueve modos de orar muestra cierta confianza en la posibilidad de rezar, de comunicarse con Dios, aun a través del cuerpo. Estas imágenes muestran que Domingo no rechazó completamente el ascetismo, sino que más bien reinterpretó su sentido, al considerar el cuerpo como medio privilegiado de relación con Dios.
De todas formas, es bien conocido que Domingo también sabía recibir bienes materiales con agradecimiento. La otra imagen representa al santo en la mesa comiendo y bebiendo con los frailes, disfrutando de los dones de alimento y amistad que nos ha concedido nuestro Dios bondadoso. Lo llamamos «predicador de la gracia», de la gracia por la cual los bienes del mundo, y especialmente las relaciones humanas, nos conducen hasta Dios, que es la verdadera meta de nuestras vidas.
Santo Domingo, ¿inquisidor?
Cuando visitaba por primera vez el Museo del Prado en Madrid, me impresionó la cantidad de cuadros en los que Domingo está retratado como Gran Inquisidor. En verdad, la Inquisición no existía todavía en vida de santo Domingo, pero las generaciones sucesivas vincularon estrechamente la Inquisición con la identidad de la Orden y, por lo tanto, interpretaron la predicación de Domingo contra los albigenses como una especie de Inquisición.
Los libros católicos saltaron del fuego, mientras que los otros se consumieron entre las llamas.
Las generaciones venideras destacaron la historia que narra cierta controversia con un predicador albigense, en la que se lanzaron libros ortodoxos y heréticos a una hoguera: los libros católicos saltaron del fuego, mientras que los otros se consumieron entre las llamas. Parece claro que existe un estudio histórico entre los orígenes de la Orden y el desarrollo de la Inquisición durante las primeras décadas tras su fundación. Podríamos afirmar que sería tan ingenuo negar cualquier vínculo entre los objetivos de santo Domingo y las Inquisiciones, así como es ridículo mantener que Domingo fue el primer Gran Inquisidor.
Santo Domingo: inspiración de la Orden
En muchas provincias, existe la tradición de representar a santo Domingo como la raíz de la Orden, de manera semejante a las representaciones del tronco de Jesé. Es un desarrollo imaginativo del hecho histórico, que indudablemente revela al Domingo de carne y hueso. Con hecho nos referimos a que Domingo quiso morir enterrado bajo los pies de sus frailes. No quiso un gran sepulcro o un culto a su personalidad. Al contrario, lo importante para él fue la misión común de predicar el Evangelio, como hermanos y con alegría.
Es conveniente que cada generación de dominicos y cada provincia tenga sus propios recuerdos y representaciones del santo, los cuales a menudo continúan iluminando la realidad actual de la Orden y la compleja predicación del Evangelio en un mundo cambiante. Nuestro santo fundador no es solamente un recuerdo de nuestro pasado, sino un desafío para el futuro. ¿Cómo predicamos nosotros el Evangelio a la gente de nuestros días?, ¿cómo logramos conformarnos a la imagen de Cristo, según las huellas de santo Domingo?
Al comienzo de un breve escrito sobre la vida de santo Domingo, el autor francés Georges Bernanos se plantea que es más fácil (y tal vez menos interesante) escribir la vida de santo Domingo que la de un místico. En comparación con un san Francisco o una santa Catalina de Siena, santo Domingo, en cambio, nos puede parecer un hombre semejante a nosotros, hombre de carne y hueso. Pero Dios no mira con los ojos del hombre:
«Si estuviera en nuestra mano el poder alzar sobre las obras de Dios una mirada única y pura, la Orden de Predicadores nos aparecería como la caridad misma de santo Domingo realizada en el espacio y en el tiempo, como su oración visible».