Invitación de Jesús
Siempre me han gustado las palabras de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a Mí”. Son el mejor fundamento evangélico de una teología de la Infancia. El niño, aunque travieso, escucha sin prejuicios y asimila fácilmente las palabras de un amigo que sabe que le aprecia. Escribo esto porque mi vocación dominicana nació y se alimentó en los años de mi infancia. Me cabe el orgullo de ser el primer alumno del Colegio “San Vicente Ferrer” de Valencia que después de la guerra civil española de 1936 entró en la Orden de Predicadores.
Para mí ser dominico equivale a ser “fraile predicador”. Así lo asimilé en el Colegio citado y en las frecuentes celebraciones litúrgicas a las que asistí acompañando a mi madre en la Basílica de San Vicente Ferrer de Valencia. La fotografía de los frailes que desde el púlpito pronunciaban sus sermones quedó muy pronto grabada en mi memoria. Muy pronto, a la pregunta que suele hacerse a los niños sobre qué quieren ser de mayores, mi respuesta constante fue que deseaba ser dominico. En esta firme determinación influyó sin duda el que a esa edad asistía diariamente, como monaguillo, a misa y a la Exposición Solemne del Santísimo en la Capilla que las Religiosas Adoratrices conservan en Valencia junto a la tumba de su Fundadora Santa María Micaela del Santísimo Sacramento. Yo quería ser dominico, fraile predicador y ministro de la Eucaristía.
En estos momentos, glosando un precioso poema de León Felipe, me siento obligado a confesar “Soy ya tan viejo, y he conocido a tanta gente que me ha hecho bien, y que ahora no puedo encontrar, que la única palabra que viene a mi mente es decirles: GRACIAS, MUCHAS GRACIAS, POR AYUDARME A SER DOMINICO DESDE LOS AÑOS DE MI INFANCIA”. Sin duda todas esas personas escucharon y secundaron la sentencia del Señor: “Dejad que los niños se acerquen a Mí”.
En octubre de 1949, con mi Profesión en la Orden, se hicieron realidad mis aspiraciones y sueños de la infancia: YA ERA DOMINICO. Durante el Noviciado y los años del periodo de formación maduraron y se afianzaron mis convicciones. Cada día deseaba con mayor tenacidad ser FRAILE PREDICADOR en el pleno sentido de la palabra. Los Superiores decidieron que, una vez ordenado sacerdote, completase mis estudios, primero, en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino de Roma y después en la Escuela de Teología y Facultad Pontificia de Teología (“Le Saulchoir”) en París. En el seno de una vida comunitaria ejemplar, me encontré con grandes Maestros, algunos de los cuales fueron luego peritos en el Concilio Vaticano II. “Ser fraile dominico en Roma” y “ser fraile dominico en París”, supuso para mí un reto y una experiencia de vida dominicana nueva. Descubrí que “Ser predicador” en la Orden dominicana implicaba una dedicación intensa y constante al estudio de la verdad sagrada, del misterio de Dios y de las múltiples facetas del misterio humano desde la perspectiva que ofrece la Palabra de Dios revelada. Entendí que nuestros conventos deberían ser auténticas “Escuelas de teología” en las que con el saber, la experiencia y el esfuerzo común de todos los hermanos descubriéramos respuestas clarificadoras a las inquietudes y preguntas de los hombres de nuestro mundo.
Bajo el impulso de estas convicciones, posteriormente trabajé duro por conseguir la fundación en Valencia de una Facultad de Teología en estrecha colaboración con el clero diocesano; me cautivó asimismo la idea de dar a conocer la figura y las obras de San Luis Bertrán, insigne predicador y formador de los dominicos en Valencia durante el siglo XVI y de Santa Teresa de Jesús Jornet, Fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados; y cuando estuvieron a nuestro alcance las nuevas tecnologías de comunicación me ofrecí a participar activamente en la página web de los dominicos de Aragón guiado por el mandato de Jesús: “Id por el mundo entero y anunciad el Evangelio a toda la creación”. Por circunstancias muy diversas he estado siempre dedicado especialmente a la docencia y a la formación de jóvenes dominicos, tratando de transmitirles el carisma dominicano. Y este afán de ser dominico, “fraile predicador”, he tratado de realizarlo también en grupos de matrimonios, grupos de espiritualidad y otros grupos cristianos de base.
Antes de terminar quiero repetir lo que escribí más arriba: “Soy ya tan viejo, y he conocido a tanta gente que me ha hecho bien, y que ahora no puedo encontrar, que la única palabra que viene a mi mente es decirles: GRACIAS, MUCHAS GRACIAS, POR AYUDARME A SER DOMINICO, FRAILE PREDICADOR. Alguna vez personas amigas me han repetido este halago: “Tú has nacido para ser dominico-predicador y lo tuyo es PREDICAR”.